27.2.10

Cuando pase el temblor

  12-01-2010 -- Haití / 7.3 grados
  27-02-2010-- Chile / 8.8 grados
   "   "    --   Argentina / 6.2 grados


                                         ¡Que ocurra ya algo amable!

En solidaridad con todos ellos y con los que han perdido algo

25.2.10

...en espera del dictamen...lo maravilloso es que al maestro Enrigue le gustaron mis cuentos...venga otra buena nueva...mientras a darle durísimo a la escribidera. 

23.2.10

Géneros dramáticos

Dice mi maestra de cine, la excelentísima Paula Marcovitch (guionista de Temporada de Patos y Lake Tahoe), que cada país e, incluso, cada continente tiene su propia manera de filtrar la experiencia vital, según como le ha ido en la feria. Los latinoamericanos somos los maestros del melodrama. Y está bien. Es que hay de melodramas a melodramones. No todo es marca Televisa, pues. Estados Unidos es tragicómico porque tiene un destino positivo. Los griegos son trágicos: destruyeron lo que más amaban. Y así. De tal suerte, que como latinoamericana debo asumir mi condición con base en la forma de ver la vida que nos ha tocado a partir de la venerable Historia nuestra: una es la víctima. Es poco sexy, es hasta poco conveniente en estos tiempos de canibalismo. Hoy una mujer, según los códigos femmefataleanos, debe ser la de me gustas pero no tengo tiempo, te amo pero me lo guardo (ash, no encuentro mi moleskine). Decía, entonces, que los acontecimientos no tienen un género dramático per se, sino el modo en el que nos aproximamos a ellos. Ahora entiendo por qué todo lo que escribo es melodrama con ínfulas fallidas de pieza. Ningún género existe solito, casi siempre se mezcla con otro. Les dejo una rolita de una banda tapatía llamada Thermo. En mi opinión, un ejemplo de buen melodrama musical. Escuchen bien la letra. La canción se llama "Tal vez no".

19.2.10

Días de sol

Para Alejandro Carrillo y su barba

Hoy es uno de esos días de sol que Farzana, la esposa de mi hermano, aborrece. Es celadora de un hospital en Kabul, donde se queda unas siete horas encerrada en un pequeño cuarto desde donde autoriza la entrada al personal, envuelta en siete kilos de tela. He estado nervioso últimamente y cuando me siento así escucho ruidos extraños.
         Mientras Farzana me prepara un pulao, escucho su voz desde la cocina. Me gustaría estar más cerca, me resulta difícil entender todo lo que me dice, pero no se puede. No está permitido. Siempre que llega a la casa, se quita la burka y permanece unos minutos dándole vueltas al ventilador con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Ningún hombre que no sea su esposo puede verla en ese estado. Pero yo sé que hoy se puso un vestido verde a la altura de las rodillas.
          No recuerdo el rostro de una mujer que no sea el de mi hermana o mi madre. ¿Cómo será el de Farzana? A través del enmallado sus ojos parecen brillantes verdes. Pasha elogia con frecuencia las artes que lo enamoran de su mujer.
          Dice Farzana que hoy se cayó cuando regresaba. Y yo le digo que la culpa la tiene el velo que limita su visión lateral. Sería mejor que caminara acompañada, con alguna amiga. Oigo ruidos tenues, como si alguien quisiera abrir la chapa de la puerta y no pudiera.
          La mujer de mi hermano aparece frente a mí con el plato de arroz y zanahorias. En un movimiento brusco intento voltearme lo más rápido posible. Ni siquiera trae un chador que la cubra. De espaldas a Farzana, escucho la porcelana del plato chocar contra la madera gruesa del tocador. Pido disculpas y busco a tientas la manija de la puerta para salir de la habitación y darle tiempo a que se vista. Es la primera vez que esto ocurre en el mes que llevo aquí, en la casa de mi hermano. No quisiera que él pensara que vine a su casa para ver a su esposa. Sería una desgracia.
         Aliviado, me meto al baño y cierro con seguro la puerta. ¿Para que ella no entre o para que yo no salga? En el espejo miro los rasgos que me hacen parecido a Pasha. Las cejas abultadas y los ojos redondos podrían delatar nuestra consanguinidad.
         Farzana toca con delicadeza, avisando que la comida se enfriará. Es hermosa. Al abrir, ya tiene la red en los ojos y el cuerpo enmantado de negro. Me acompaña a la mesa. Ella no puede comer sino hasta que llegue Pasha. Se sienta a mi lado. Huele a azafrán. Mientras mastico las zanahorias el tono de su voz se hace dulce. Comienzo a odiarla por eso. Ahora no podré olvidarme de sus labios rosas y su mentón pequeño. Dice que cada vez le cansa más caminar con el burka puesto. Ejerce una fuerte presión sobre su cabeza. Escucho pasos.
       Termino el último bocado del arroz y me levanto de la mesa. Farzana se queda en la cocina lavando los trastes. Me desvisto y me preparo para el rezo vespertino. Con la manta negra sobre el cuerpo me arrodillo en el cuarto de oración. Doy gracias a Alá. Mmmma, mmmma. Una risita interrumpe el rito. Farzana me observa desde la puerta. Se ha puesto un burka de seda azul. Doy gracias a Alá y me incorporo frente a ella. Mi hermano no tarda en llegar. ¿Qué hora es?
        Mientras le desabrocho esa hermosa cárcel de tela, me dice que aprecia el tiempo que dedico a escucharla. Lo mismo que me dijo Pasha ayer al salir de la oración. Agradeció mi presencia en su casa porque Farzana había recobrado el buen humor. No le veo el cuerpo, no me atrevo. Concentro mi atención en penetrarla sobre la alfombra. Ella dice que ama a Pasha, que no es necesario recordar este momento, que sólo es un agradecimiento por escucharla.
         Unos pasos se aproximan. Deben ser los de Pasha. No puedo detenerme. Es adictivo el calor de la primera vez. Los pasos de Pasha se aproximan y yo no puedo detenerme. No sé si alucino porque Farzana no se percata de ellos, pero de inmediato me incorporo al vaivén de sus sollozos. Farzana está llorando. “Yo también deseaba esto”, le digo en un intento por detener su llanto. Ya no se escucha nada afuera. Y si Pasha está esperándonos. ¿Qué hora es? Mi hermano no tarda en llegar.
         Recostados sobre la alfombra, Farzana y yo nos miramos el cuerpo. El suyo tapiado de lunares, el mío no lo sé. Le comento que me pareció escuchar pasos mientras hacíamos el amor. Pero que no estaba seguro porque cuando me pongo nervioso… Ella se levanta como impulsada por una fuerza sobrenatural y repite mientras se encierra otra vez en el burka: nos va a matar. No le creo. Siempre ha sido muy cuidadosa. Seguro que esto lo ha hecho otras veces, con otros hombres. No dejaría que Pasha se diera cuenta.



17.2.10

Curtir

¿Seré la única mujer en este mundo que toma antidepresivos porque la dejó su novio?


                                     Diablos, soy tan pueril.

14.2.10

Oídas

"nadie te quiere ver

de tu soledad levántate

estás hecho trizas..."
                                                             
                                                                       Enjambre

13.2.10

Amazonas

Esta bella mujer con su tocado de papel en la cabeza engalana la portada del número 32 de la revista Picnic (Ideas urgentes para mentes insaciables), en la cual esta servidora de té colabora con una entrevista a la profesora de las esposas perfectas, doña Tota Topete, ¿Esposas desesperadas?. La edición estuvo a cargo de la escritora Brenda Lozano, autora de la novela Todo nada. El tema: Amazonas. Chiquillitos y chiquillitas corran a su kiosco más cercano y cómprenla, no se arrepentirán. Ejem...bueno, no, en realidad, tendrán que ir al Sanborns, a las librerías de esta ciudad, a las tiendas Gurú y Vértigo. Anden, segurito les gusta algo.

11.2.10

8.2.10

Diabetes

Platicamos hasta las seis de la mañana en la habitación 410. Mi compañera de cuarto no llegaría a dormir. Los becarios se habían trasladado en taxis a la salida hacia Patzcuaro, a un congal de traileros donde daban frijoles con chile como botana. Horas antes, el dramaturgo y yo deslizábamos miradas claras (como sus ojos) por las dunas de nuestro cuerpo. Llegamos a Las Musas y, con esa caballerosidad que se echa de menos, tomó mi chamarra y mi bolsa para resguardarlas. El bar estaba lleno. Cervezas 2x1. Sonreímos unos minutos, pero después me levanté a bailar con Aurelio y lo dejé frente a una chica de chinos. Quería verlo con otra. Quería ver sus ojos sobre los de ella. Para saber si tenían el mismo color que cuando me miraban. Quería que se acercara a ella para hablarle al oído. La música sonaba alta. Y de paso percibiera su olor. A ver si le gustaba. Mientras, yo bailaría con su colega, con Aurelio. Quizás reiría de más. Es muy probable que, incluso, exagerara el momento de felicidad. Entonces el dramaturgo me buscaría entre la maraña corporal de la pista de baile. Y con los ojos tan hermosos como los suyos, limitados por un listón de 400 pestañas largas, me diría vamos allá adentro, hace frío, quiero hablarte. "Oiga morrilla, por ahí me enteré que usted tiene un fan", dijo Luis Felipe con dos cervezas en las manos. No me quiso revelar el nombre. El dramaturgo cambió el tema de la conversación. Regresamos al hotel caminando entre el frío. Dos siluetas delgadas. Cada quien a su cuarto. Apenas diez minutos lejos y marqué a su habitación, la 403. "Lo siento, pero acabo de experimentar un arrebato de soledad. Mi roomie no está y la calefacción no sirve", le dije por teléfono. "¿Vienes o voy?", respondió. "Ven", pedí. Platicamos hasta las seis de la mañana. Vimos videos en la tele y bromeamos sobre la música de "sus tiempos" y "los míos". Tiene 34 años y un hijo de 15. Es tan guapo, pienso mientras me toma la mano y graba con la uña un cinco sobre mi piel. Su aliento es afrutado. El dramaturgo tiene diabetes. Por eso, el día anterior a este no salió a ningún lado. Su medidor de azúcar marcaba alto. Desarrolló la enfermedad a los 27 y ahora se inyecta insulina cuatro veces al día. Más de cinco veces sentí ganas de besarle la mejilla. No lo hice. Ni siquiera me acerqué. No tuvimos que tocarnos, no dijimos nada. Que se mantenga la tensión. En el viaje de regreso, se sentó a mi lado en el autobús. Dormimos juntos en un asiento incómodo. Un abrazo de despedida. ¿Nos llamamos?

2.2.10

Asueto

¿Y bien? Nada, estimados seis lectores de este espacio de invención varia, me desconectaré de aquí al lunes siguiente cuando seguramente me habré transformado en otra mujer (juar, juar), en una mejor versión de mi misma. Bien dicen que después de la tormenta viene la calma, pues sí, no les voy a mentir, he pasado días de fatigosa nostalgia y todas esas cosas que una atraviesa después de una ruptura amorosa. Sin embargo el jueves hago un viaje a Morelia con una decena de personas a quienes no conozco, pero con las que comparto el ímpetu del artista, ese que se manifiesta como una irrupción en lo cotidiano, cambiándolo para siempre. ¿Cómo no estar emocionada? Es mi primera vez. Los del Fonca me mandaron hoy el itinerario. Las sesiones de trabajo serán de ocho a ocho, con recesos y comidas. Yo hablaré el sábado por ahí de las 16 horas, haré públicos a Los Elegantes. Estoy nerviosa. Claro. He leído ya el trabajo de mis compañeros de beca y ásumadre, los chavos saben lo que están haciendo. En especial me gusta lo que hace Alfonso Nava y Luis Felipe Lomelí. Uno con Douglas McFarland y el otro con Okigbo Richardson. Luis Felipe mé mandó ayer sus comentarios sobre mis textos. Luminosos y muy divertidos. Me dice "morrilla". En fin, sólo quería avisarles sobre mi ausencia de estos días que siguen, para que ni piensen que los olvido o que me fui de parranda (bueno, esto último quizá sí). Les mando besos y apretones. Como diría Brozo en los ochentas: Si tienen tele, ahí se ven. Ji ji.

Nota al pie:
Por cierto, ya salió la nueva Picnic, el tema de esta edición es Amazonas. Ahí si la compran, podrán leer una entrevista de esta señorita a la maestra de las esposas perfectas, Tota Topete.

Ayer jugué scrabble con unos amigos en casa de Pi y algunas de las palabras que puse: grítele, ninfa, joda, lagos, nutria, chicle. Puro bonito vocabulario, caray.  Ya ora sí ya me voy. Abur.