24.2.11

Chile

Alexander McQueen antes de ahorcarse

¿Conoceré a Alejandro Zambra?, me veo en sueños, preguntándole a la bola mágica de una quiromántica veinteañera con jeans de Alexander McQueen. ¿Cómo lo sé? El dobladillo de la mezclilla tiene grabado sus iniciales y la calavera. Llevaba un par de días, despertando de este sueño sin obtener una respuesta. Y creía que su recurrencia era parte de un juego malévolo del trasiego inconsciente debido a que a última fechas había dicho su nombre unas treinte veces en distintos momentos. Entonces conocí a Maura. Ella tiene mi edad y vive desde hace dos años en la colonia Álamos. Es chilena. En realidad, ya la conocía. Quiero decir, indirectamente, cuando agregué a mis redes sociales el contacto del Encuentro de Escritores Chilenos, por ahí de marzo pasado. Era la organizadora.

11.2.11

¿Qué estás pensando?


Un buen amigo decía, tiempo ha, que los nicks del mensajero se convertirían muy pronto en piezas de arte. Ahora yo le agrego que los estados del caralibro, también. Tal vez ninguno sea un artista, pero aún nos esforzamos. Y esto que viene a continuación no creo que sea una obra de arte ni por tantito pero bueno. Van mis últimos ¿quéestáspensandos?


quería construirle un edificio y él sólo quería una casa.

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la vida virtual es como un diamante fake.

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A Clara Virgen le gusta esto..


Amo, en verdad, cómo suena Bratislava.

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Este sábado, en la herrería del Museo del Objeto del Objeto (Colima 145, Roma), las parejas de enamorados podrán colgar un candado con sus iniciales, depositar la llave en un antiguo buzón de hierro forjado y sellar su amor con un beso, como se hace en algunas ciudades europeas, inspirados el el libro Tengo ganas de ti, de Federico Moccia.

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A Clara Virgen le gusta esto..


las cartas de amor no entregadas.
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A Jair Cortés, Edén Coronado y Eunice Alina les gusta esto..


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De lo cual se puede deducir que a Clara Virgen le gustan muchos mis estados y el más popular ha sido el de las cartas de amor con 19 comentarios.
La enseñanza del día: Debo organizar ya pero ya mi taller de cartas de amor. Hay quorum.

10.2.11

Pues la verdad


Coccinella Septempuctata in copula

...hacemos el amor y siempre nos decimos cuán terrible ha sido estar lejos.
Es mi amante biográfico.

9.2.11

Número telefónico



Él es mi Julien. Ese hombre de voz dulce y pausada. Aquel que nunca llama, pero cuando lo hace, lo hace oportunamente. No hay casualidades. Las cosas ocurren en este lado del universo por una razón interestelar, difícil de explicar. Esa tarde me encaminaba a comprar una dona glaseada (costumbre heredada de la oficina, donde se solía comer en un lado y disfrutar el postre en otro), cuando sentí pletóricas ganas de hablar con Gerardo. Tenía tiempo que no lo veía, se había embarcado en un proyecto literario que apenas le dejaba tiempo para interactuar con los demás. Cuando me dijo que se iba de viaje, me quedé callada. En otros tiempos, habría llorado al teléfono, rogándole que no se fuera, que lo acompañaba. Pero esa tarde alguien cambió. Gerargo colgó, como siempre. Yo seguí caminando hacia la pastelería y apenas se interrumpió la comunicación, Julien llamó. Seguramente quería contarme algo, pero no lo hizo. Me cedió el lugar para hablar. Estoy celosa, le dije, ya no puedo más. Y me contó un chiste.

8.2.11

Lápices en el congelador

"La rebeldía metafísica es el movimiento por el cual un hombre se alza contra su situación y la creación entera", leyó en francés alto, Julien, cuya figura parecía la de un pensador mediterráneo de paso abrupto y sostenido. No dejaba de caminar por la estancia que, a esas horas, se anaranjaba de atardecer. Ahí estábamos otra vez, como siempre, atravesados por la punta de una sola lanza que se prolonga años y ciudades. Juntos, pero nunca lo suficiente para enrarecer nuestro espacio, ese que compartíamos cada vez que él quería. Porque así era. De Julien no podía esperarse nunca una llamada de teléfono cotidiana, un mensaje instantáneo por celular, una carta. Pero no importaba, porque cuando ocurría que los hilos de su existencia se entrelazaban con la coda de mis melodías hacia él, podíamos hacer un ensamble fugado del tiempo. No había lugar para el hastío, ni los proyectiles de un amor cansado de tanto pelear, y que sigue, necio. No era que lo amaba, ni siquiera sé si me interesaban genuinamente sus días. Pero no podía deshacerme de sus teorías, del psicoanálisis, de los pulpos. Ahora mismo que leía el capítulo 13 de El hombre rebelde y marcaba en español las frases que le interesaban y que compartía. "Camus se cortaba el pelo sólo los días impares", "¿Cómo?". "Lunes, miércoles, viernes y domingos", "¿Por?", "Establecía las reglas de su propio universo". Cuántas veces no memoricé la construcción de sus teorías. Como aquella de las determinantes, la cual propone que según la ubicación del individuo en el cosmos serán sus deseos y necesidades, casi siempre opuestos a los que están a la mano. Vaya contradicción esa de transcurrir en el lugar equivocado. Sería mejor transitar por lo que nunca será. Yo llevaba ese día el libro de Ortega y Gasset que mi noviecito de entonces me había regalado, Estudios sobre el amor. Interesante estudio sobre las razones del amor y la poca atracción que los genios ejercen entre las mujeres. En todo caso, recordaba con amplia sonrisa el análisis que hacía de Stendhal: "el hombre que enamoraba a las mujeres con su encanto y atractivo y luego las abandonaba". Julien y yo nos habíamos citado, por primera vez, en su casa, con la misión de leer en voz alta fragmentos de algún libro. Así eran nuestras citas, en apariencia inofensivas, sin grandes intenciones. Siempre distintas. Teníamos prohibido invitarnos tan sólo a tomar un café o algún vino. Una ocasión sugerí que dedicáramos la sesión a remendar nuestra ropa y terminamos haciendo un maratón de películas nominadas al Óscar. En esta, la que en esos momentos comenzaba a desdibujarse, descubrí que alojaba un lápiz en el refrigerador. Y lo único que hizo fue señalarme con sus ojos grises a una esquina de la pared blanca: Mientras haya un lápiz en la nevera, todo estará bien, decía un pegote.

Antes de la comida


Se dice sobre los hombres que se ocupan de los rayos cósmicos, longitudes de onda, las radiaciones de luz, de la energía explosiva de los gases de las estrellas, viven en un mundo –macrocósmico y microcósmico a la vez– que les sorbe la vida. Nada para ellos como un cuerpo celeste. Ver el cielo los inmuniza contra el apego a la tierra y la astrofísica los aleja a cien mil años luz de la vida cotidiana y los pesares del vulgo entregado a tareas comunes y corrientes.