10.11.10

A priori

Esa no es una historia de amor. O al menos no como se conocen. Ella le pregunta dudas sobre el universo ¿Cuántos amigos tienes? ¿Te gusta su cabello? ¿Quién es el hombre más grande del mundo? ¿Has percibido cómo le cambia la voz a una mujer triste? No es que no lo sepa, pero ella quiere volver a nombrar lo conocido. Le ha dado a él la posibilidad de reinventar el lenguaje. Ella le pone nombre a todo: los besos, las hormigas, la forma de beber el café. Él la mira desde su silla en el restaurante y entre el abolengo de la gente le dice que les escribiría un cuento. A los dos. Porque aunque ellos no portagonizan una historia de amor, o sí, se aman. Ella es una importante periodista y él, un importante editor, pero cuando llegan a la casa hacen el amor como sólo podrían dos escritores: deletrean las vocales en gemido y repasan el abecedario en palabras de amor. Ella no le ha dicho la razón por la que no deja la casa de sus padres: su temor  a morir ahogada. No sabe cómo hacerse la maniobra de Heimlich, intuye que podría ser con una silla. Él sería Ernesto o Luis, ella Laura o Silvia. Han jugado ajedrez y ella se aburre. Entonces trepan a la cama y brincotean, haciendo ruidos de animales y adivinan. Un pato, una jirafa, el ronroneo de dos gatos enfermos. Sueñan con hacer viajes de dos días y nueve horas. Ella mira en la tele decir que los hombres sienten celos porque se dan cuenta de que la mujer se va, y las chicas porque comprenden que ya no son únicas. Ella le cuenta la pesadilla recurrente: atrapada en un concierto que se desvalaga. Manos en el aire, craneos picoteados. A punto de ser aplastada y morir por el sofoco, no despierta. Nunca despierta. Y el terror de la muerte la enfrenta en el pasto de un condado. ¿Cómo lo sabes?, pregunta él. Es un condado porque todas las casas son iguales, están en hilera y tienen un pequeño jardín en la entrada. Se le ha ocurrido algo: ¿Y si tanta atención mengua su interés hacia ella? Ha decidido tomar una decisión que la confortará las próximas horas, en tanto se le olvida esta nueva idea. De ahora en adelante lo llamará menos, le escribirá menos mensajitos al celular. Quizás. Él comparte con ella su desencanto hacia el cine. Ha descubierto que las películas que terminan con la sensación de estar a medias son buenas. Cuando menos, sorprenden. Ya no van al cine de las grandes cadenas. Pero se besan en los intermedios de los cineclubes de la ciudad. Huelen aromas de las fragancias acomodadas en el mismo sitio, las de hombre y mujer. Se contagian, a veces se hieren. Y alguno dice "para".

1 comentario:

Anónimo dijo...

El aeropuerto Vantaa de Helsinki está rodeado por espejos oceánicos que remiten su destello al rostro de los visitantes a manera de bienvenida. Me ajusté la mochila a los hombros para sentirla menos pesada y corrí el manubrio de tu maleta de rueditas para ponerla a rodar rumbo a la salida. Vestías una falda con un faisán tejido a la altura del muslo derecho, la chaqueta verde de cuero que compraste hace dos años para recibir el diploma en la escuela de escritores y calzabas las botas cuya hebilla al empeine he ajustado muchas veces: tu pie reposando en mi rodilla, igual que el pie de la princesa que prueba la zapatilla sobre la rodilla del alférez en un cuento de hadas moderno.
—¿Tienes frío? —preguntaste cansada, los ojos empequeñecidos debido al resplandor por todas partes; al remarcar la pronunciación de "frío", le diste un toque gris, como cuando estás triste y te cambia la voz…

No sabía cómo continuar este pasaje de nuestro regalo, y lo logré gracias a este hermoso texto, en específico a esa linda apreciación de la mujer y su voz. Es una simbiosis. Eres un milagro.

Erre con Erre cigarro.