31.12.09

Cuenta regresiva

Hoy quiero que todas me odien. No sé qué tan legítimo sea tener un deseo así (terrible seseo) el último día del año. Pero es que ayer, mientras Rojo y yo esperábamos en la sala de vinipiel del Cinépolis VIP para ver la espeluznante (ni tanto) peli "Actividad paranormal" (pésimo nombre), descubrimos la forma anodina y malhechota de comenzar un texto. Hojeábamos la revista de cine de esta cadena cinematográfica (¿eso qué?) cuando el socorrido "Más sin embargo…" hizo su aparición en el primer renglón de un artículo sobre James Cameron y sus pelis del millón. Luego el “Desgraciadamente en años…”. Cerramos la publicación sorprendidos y concluimos que a Cinepolis le hace falta un ejército de correctores de estilo. Ya en la soledad de mi cuarto, mientras desprendía las piezas del rompecabezas de Remedios Varo que Rojo me regaló este fin de año, recordé lo importante que es el primer párrafo de un texto. No pude evitar trasladarme a mis años de reportera en Reforma, cuando mi editora la maravillosa Silvia Gámez me enseñó, a fuerza de mostrarme lo aburridas que eran, a empezar mis notas con dignidad. Así que hoy me curo las ganas de usar esta frase de los publicistas del Palacio de Hierro con una justificación harto intelectual en pro de la redacción correcta. Aunque la verdad, no lo voy a negar, a veces sí es bien lindo que a una la odien otras odiosas. Juar, juar. Bien.
Mi familia no es una familia tradicional. Mis padres médicos tienen su habitación con una cama matrimonial muy cómoda, pero prefieren dormir en la sala sobre un colchón individual. Dicen que ahí no les da calor. Mis sobrinos, a sus escasos 7 y 8 años, podrían distinguir una botella de tequila adulterada. Nos han comentado que si la etiqueta se desprende con uniformidad, sin romperse, entonces se trata de trata (ah no), se trata de una bebida impura. Las originales nomás no se quitan si no hasta que se rompen en cachitos, raspándolas con la uña poderosa. Mi hermano biólogo y su esposa bióloga siguen un régimen estricto de educación ambiental en su casa moreliana: tienen cinco botes de basura, cada uno para un desecho específico, léase vidrio, plástico, orgánicos, etc.; una composta en la azotea; recolectan el agua de la regadera y comen a sus horas en porciones precisas y bien contadas. Mi hermana ingeniera y su esposo ingeniero tienen una rara afición por los autos. Cada que pueden se compran uno(s) nuevo(s) y venden el(los) viejo(s). Ah y por si algo más faltara: todos son abstemios. ¿Qué tal? Mi madre es también mi ginecóloga y mi padre es un señor a todo dar que sabe más de computación que varios informáticos. Ustedes ya se estarán preguntando, ¿a qué diablos viene todo esto? Sólo para decirles que en Año Nuevo nunca hemos comido las doces uvas ni hemos sido partícipes de actos de superstición para atraer la buena estrella.
Es por eso que este día, quiero hacer algo realmente simbólico y ad hoc con la temporada. Me encantan las listas esas de “Las diez cirugías plásticas más desastrosas del 2009”, “Los diez modelos más inteligentes de Latinoamérica”, “Los diez accidentes más sangrientos del 2009”, “Los diez besos más candentes de la semana”. Y fruslerías así. Así que ahí les va mi Top Top Top (a la manera de Policarpo, aunque luego digan que me la paso hablando de 31 minutos) de cositas y curiosidades que acontecieron este año que se va. No sé si sean diez, cuarenta y cuatro o cinco. Va. Les tengo una buena y una mala. ¿Cuál quieren primero?

La mala: Dejé de trabajar en el periódico Reforma.
La buena: Me inicié en el freelanceo de revistas como Picnic y Deep.

La mala: Me rechazaron de la Fundación para las Letras Mexicanas.
La buena: Obtuve la beca Jóvenes Creadores del FONCA, en Letras.

La mala: No vi ni una sola vez a mi amiga Nin.
La buena: Conocí a Rodrigo, Yendi, Víctor, Ana Lucía, etc.

La mala: Dejé el taller literario iniciado por Rojo.
La buena: Entré al taller de cartas de amor, con Andrés de Luna y de cuento, con Eduardo Antonio Parra.

La mala: Terminé por segunda vez mi noviazgo con Rojo.
La buena: Reanudé por segunda vez mi noviazgo con Rojo.

La mala: Renuncié a un trabajo periodístico a la semana de haber empezado.
La buena: Viajé a Oaxaca por motivos literarios, un taller de cuento con J. M. Servín.

La mala: Descubrí mi intolerancia a la cafeína con palpitaciones a mitad de la noche.
La buena: Adelgacé un poco y quedé bien chula.

La mala: No leí tanto como hubiera querido.
La buena: Escribí lo suficiente.

22.12.09

Air-cheology

Verán, son muy pocas las veces en que una puede ser testigo de algo tan hermoso. Pero ya que se acerca el fin de año y que dizque se hacen propósitos y se debe compartir y ser cordial, etcétera, etcétera. (Por cierto, lean el cuentito "El gabinete de un aficionado", del maestro Georges Perec, entenderán por qué les hago esta recomendación ahora). Quisiera hacerlos partícipes de cuatro de mis grandes gustos:



  1. La banda francesa de trip-hop Air y su cadenciosa rola "Playground love".
  2. La película Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola (esta peli la encuentran en los descuentos fílmicos de Gandhi, es una joya). Está basada en la novela homónima de Jeffrey Eugenides.
  3. El peor momento de Josh Hartnett. Bueno, creo que sí actúa bien el papel de chico rompecorazones, pero el cortecito de pelo nomás no le hace justicia. Parece el hijo menor de Sandro o, peor, de Camilo Sesto.
  4. El video del chicle de hierbabuena cantor. Fabuloso.

19.12.09

Lima

Ayer volví a ver a Julien. Nuestros encuentros se interrumpieron hace un par de meses porque se atravesó un viaje. Y yo me quedé ardorosamente entristecida. Fue a Lima. Cuando me lo contó quise reírme. Un hombre tan guapo no viaja a un país centroamericano. Mi afirmación lo enterneció y dijo que me había hecho acreedora de una paleta de lima. Aquel viernes que partió probé la paleta de lima más sabrosa que he degustado en mi joven existencia. La comimos en una fuente de sodas vintage (¿no es un pleonasmo?) de la Roma (¿no es otro pleonasmo?). De noche. Se me hizo rarísimo que un lugar así estuviera abierto a esa hora. El fuentesodero argumentó que sólo lo hacía en los principios de estación. Era 23 de septiembre. Comenzaba el otoño. Julien, curioso, le preguntó que si eso respondía a una superstición o mandato. Le corregí: manda. El dueño respondió que sí. Le daba suerte y buenas ventas. Después me dijo que lo sorprendía lo tonta que podía ser. Y antes de que yo pudiera defender mi integridad con argumentos inocuos, me corrigió: Perú es un país sudamericano. Me sonrojé. El lunes inicia el invierno. Quizá me dé una vuelta por Los soñadores. Ayer nos citamos en una sala de conciertos. Mientras conducía hacia allá en medio de un tráfico insoportable. Recordemos que era viernes de aguinaldo y las calles de mi rumbo están cercadas por unos monitos de uniforme naranja que están construyendo la línea 12 del Metro. Pensé que quizás no era el sitio más adecuado para un reencuentro. Iríamos a escuchar a la Filarmónica de Berlín. ¿Cuándo podríamos platicar de las maravillas del Perú? De los incas. Del Machu Pichu. De Fujimori. Pero al verlo en la fila de entrada lo único que pude sentir fue que todo era adecuado. La agonía del otoño en México. El verano en Lima. El invierno le sienta bien a Julien. Le ha crecido la barba y el bigote. Tiene algunos vellos pelirrojos. El saco azul marino y la bufanda gris me recordaron su origen europeo. Habla tan bien el español que por momentos lo olvido. El notó que yo había adelgazado y yo noté que mi cara se ha vuelto grasosa. Antes de nuestro reencuentro, comí con una amiga. “¿Qué te da Moisés que cuando estás con él te salen granitos?, preguntó. “Como más pasteles”, respondí. En fin. Los alemanes desafinadísimos. Platicamos hasta que apagaron las luces de la sala: dos horas después del final del concierto. Se me olvida que Julien tiene amigos en el ámbito clásico. Asistió a un congreso de traductores y poesía, donde tuvo la oportunidad de conocer a los escritores limeños, si no más connotados, sí más interesantes. Esos que ya no le siguen los pasos a Vargas Llosa, los que lo han leído y se han alejado de él con ánimos de encontrar una voz fresca. Rafael Arévalo, Mayela Estrada, Felicitas Solier. Me trajo unos títeres de recuerdo. Se ajustan a mis dedos. Un pingüino, un pájaro rojo, un campesino con look andino y una campesina con ínfulas primermundistas. Ya les estoy inventando una historia. No sé, quizás la represente frente a mis sobrinos en un teatro guiñol. Julien tiene un sobrino de piel color leche. Hace unas horas lo conocí. Tiene dos años. Se llama Ney. Es hijo de una francesa y un inglés. Es bellísimo. Se despertó a las seis de la mañana. Joanne, Julien y yo contábamos chistes en la cocina cuando la respiración de Ney por el monitor nos avisó de su inquietud. Tiene tanto cabello que sus padres le han dejado crecer una mohawk en la parte trasera del cráneo. Así que mientras nos poníamos más serios en la sala, Joanne comentó que era asombroso ver la insatisfacción de sus amigas mexicanas. Le pedí que me dejara cargar a Ney y el pequeño se quedó dormido en mi pecho. Me encanta el olor de los bebés. Les dije que la insatisfacción me la curaba escribiendo. Desayunamos crepas con nutella y queso manchego. En mi casa no había nadie cuando llegué. Por primera vez en quiénsabecuántosañosperomuchos, mis papás fueron a trabajar en sábado al centro de salud. Mañana también irán. Todo es tan inédito como descubrir que no tengo conexión a internet antes de las siete de la mañana, como escribir un post en la madrugada.

14.12.09

No se me ocurrió un título

En calzones Juan se corta las uñas de los pies con una navaja. Los demás hombres de la celda le dan la espalda con la mirada hacia el pasillo. Juan les ha prohibido que lo vean. Sus reglas: no roncar, trapear el piso cada tercer día, masturbarse en silencio y no mirarlo cuando se corta las uñas de los pies. A todo volumen suena la Media naranja de Fey.

           -¿Les dije por qué me dicen el "Vendepatrias"? , irrumpe Juan, tocándose el dedo gordo.

Sin voltear a verlo, el reo risueño lo anima a hablar con la mano. Juan es el único que no ha reportado sus méritos para ocupar un lugar en la celda. Todos quieren oírlo. Para los presos de alta peligrosidad, el paso por la cárcel es un requisito más en su trayectoria criminal.

           -Vendí a mi madre y a mi cuñada con unos vatos calientes que las querían para cogerlas vestidas de policía y luego ahogarlas en la taza del baño. Después la hice de asistente de otros vatos más canijos. Yo sólo tenía que ir a las fiestas a conocer morras y levantarlas. Conocí a la Susana en una de esas y bailamos un resto toda la noche. La condenada olía a coctel de frutas. Su familia era de lana, así que si se me ponía rejega nomás pedía su rescate y tan tan. Que me la llevo a mi casa y hasta eso que la Susana ni me reclamó. Al mes nos casamos. Pero un buen día se nos apareció Pedro, no güeyes, el santo ese no, sino su abuelo. Un méndigo ex agente de la PGR que me vino a meter aquí nomás por no avisarle de la boda.

7.12.09

El doble



No soporto que un desconocido me llame "amiga" en situaciones conocidas como el pedir la hora, devolver el cambio, pedir la orden, convivir en una fiesta. Tengo un nombre. Me llamo Diana y me gusta mucho. No sé el origen de mi resquemor, pero si regreso unos minutos a mis días lozanos puedo recordar que cuando mi madre me presentaba en sociedad, la sociedad respondía con un "¿Diana Diana Conchinchín?" o con un "Diana, La Cazadora". En fin. Quizá tenga que acudir a una sesión psicoanalítica para comprobar si hay alguna relación. Mientras, podría intentar una argumentación científica: Una vaca con un nombre de pila produce más leche que una sin apodo, según demostraron los investigadores Catherine Douglas y Peter Rowlinson en la revista Anthrozoos. "Igual que las personas respondemos mejor al contacto físico, las vacas se sienten más felices y relajadas si se les presta atención una a una”, dice Douglas. Bueno, aquí si no coincido. Yo no respondo mejor al toqueteo. Está bien, depende de cual. Pero si a ese desconocido que me acaba de llamar "amiga" se le ocurre tocarme el  hombro, puedo reaccionar con elegante hostilidad. Así ocurrió el sábado. Una mujer cuyo nombre me sé de memoria pero sobre la cual he dejado de conocer todo, acarició mi cabello de modo autómata. Si mi madre la hubiera visto con su ojo clínico le habría diagnosticado una despersonalización a causa de las anfetaminas. Tenía una sonrisa medicada y su cuerpo, antes pasado de kilos, parecía una línea perdida entre los pliegues de su saco color vino. No puedo decir que sienta por ella algún desprecio. Me produce una ternura insospechada. No me equivoqué al juzgarla como una ladrona de identidades. Mientras me tuvo cerca trató de asimilarme. Dejó de verme y perdió la guía. Luce terrible. No suelo ser tan ególatra, pero es que todos tenemos a nuestro doble. Ese que si pudiera poseer el cuerpo del ser amado no lo dudaría. Ojalá que encuentres tu nombre, mujer desconocida. Ojalá que puedas ser feliz.

3.12.09

Parabús

  1. Ceci n'est pas une affiche publicitaire (Magritte revisitado).
  2. He's Hartnett, Josh Hartnett (James Bond remasticado).
  3. Diamonds are a girl's best friend (Marilyn Monroe homenajeada).
  4. Me gustan los parabuses, me gustas tú (Manu Chao modificado).
  5. Humphrey Bogart: ¿Pero qué pasará con nosotros? Ingrid Bergman: Siempre nos quedará un Josh Hartnett (Casablanca manoseada).


25.11.09

Death show

La muerte es un perro en celo tras la reja de sus deseos. Desperté cuarenta días con ese sabor en la garganta. He sentido que muero.

19.11.09

Transmitiendo en vivo desde la bella Oaxaca

La luz naranja de la habitación reflejó mi rostro en el espejo. Después de un día en el pueblo de los animales fantásticos, entré al cuarto y sentí una cobija de calor en el cuerpo. El sol de la tarde se había quedado a jugar entre las cuatro paredes. La noche era fría. Recordé su risa como serpentina de colores. No supe su nombre; lo inventé. Se llamaría Mario. Mario tenía la edad de mi sobrino, siete. Por su tamaño parecía de cuatro. "Perdí todos mis suéteres", me respondió mientras chupaba una paleta redonda. Recordé su risa como serpentina de colores al ver la obra de teatro en el centro del pueblo, una sobre unos pinches chamacos que andan por la ciudad con una pistola cargada. "Hace frío", le había preguntado.

10.11.09

Esquirlas de madera

Amara: Es la cuarta vez que te lo pido.
Benjamín: Así no vas a poder.
Amara: Me estás tapando la luz.
Benjamín: Las astillas son muy claras.
Amara: Ya la había visto.
Benjamín: Mentirosa.
Amara: Me vale.
Benjamín: Te la vas a enterrar más.
Amara: Me he sacado otras astillas antes.
Benjamín: Afuera hay más luz.
Amara: No. ¡Que te quites!
Benjamín: Se te va a hinchar el dedo.
Amara: ¿Más?
Benjamín: Con una aguja sería más fácil.
Amara: No me gustan los piquetes.
Benjamín: Quédate con tu molestia.
Amara: Ni la sangre.
Benjamín: Si lo haces bien no sangras.
Amara: Me tiembla la mano.
Benjamín: Vamos afuera.
Amara: ¿Qué diferencia hay?
Benjamín: Está más iluminado.
Amara: Me tiembla la mano.
Benjamín: Yo lo hago.
Amara: No sabes.
Benjamín: ¿Cómo ves, mano? Que no sé sacar una astilla.
Camilo: Con sangre.
Amara: ¿Ya ves? Quítate.
Benjamín: Con poquita sangre.
Camilo: Aquí yo soy el cirujano.
Amara: Idiotas.
Benjamín: Y yo el enfermero.
Amara: ¡Quítense!
Camilo: En estos casos, lo mejor es extraer la parte lastimada del cuerpo sano. Para ello, podríamos usar este antiguo cortaplumas de fina navaja. O esta imitación de daga victoriana con cuchilla serrada. Pero a mí me gusta más el sencillo y amigable cutter.
Benjamín: (A Amara:) Ya ves, era mejor con la aguja.

Carácter circular


ⓓⓘⓐⓝⓐ

31.10.09

Aquí no hay lugar

Tal vez lo primero que esta mujer recuerde sean los higos entreabiertos, las frutas de temporada color amarillo limón, las formas de estrella de la carambola, el olor picante de la granada china. Es muy probable que no se acuerde de su nombre ni de que tiene una hermana a la que le gustan los helados. Tendrá un aliento a días. Quizás esta mujer pueda nombrar de arriba abajo los colores de las telas de aquella tienda de dos pisos, la que vio al llegar a México. Dará una respuesta certera acerca de los instantes previos a la muerte: ¿se está preparado para decir las palabras más luminosas?, ¿se mira pasar la vida en unas cuantas imágenes? Cuando la trajeron a este lugar de paredes, sabanas y gente de color blanco, la creyeron una adicta. En unas horas había perdido dos kilos. Metabolismo acelerado. Eran las tres de la madrugada. Quien la hubiera visto en la calle la habría ignorado. Se había cortado mechones de cabello zanahoria en forma desigual. Pero no era Britney Spears. Cuerpo ondulado, botas de estampado pop. Ya se había acostumbrado a las miradas de las mujeres envidiosas; seguía sin adecuarse a los guiños de los hombres sexuales. “¿Sientes que te vas a morir?”, dijo la psicóloga en turno del hospital blanco. “Sí”, contestó la mujer. “Pues no te vas a morir”. La mujer se cagó en los calzones. Traía tanga y la mierda se le escurrió por las piernas, le llenó los tobillos. Es casi seguro que lo primero que esta mujer desee al despertar sea un jugo de granada sin colar. Si le ponemos rewind: La mujer espera no volver a ver a Kiu/Kiu espera no volver a la mujer, pero vuelve a imaginar sus nalgas apretadas/La mujer y Kiu se despiden con un abrazo en la entrada del hospital/La mujer le pide a Kiu que la lleve en taxi con un médico/La mujer y Kiu se besan/Kiu señala unas fotografías en una revista de viajes; la mujer ve de reojo y se pregunta si cerró la puerta al salir/La mujer y Kiu platican en la banqueta de la avenida transitada/Kiu mira a lo lejos a la mujer; imagina cómo se verían sus nalgas apretadas mientras cogen por atrás/La mujer distingue a Kiu y le parece atractivo; piensa que él podría llevarla al hospital. La tarde en que Eloy le dijo que lo mejor era que se regresara a Uruguay, ella se fue al cine a ver la última película de los Hermanos Coen. Compró un raspado de zarzamora y una cubeta de churritos con cátsup. Brad Pitt hacía unos de los mejores papeles tragicómicos en su vida y la mujer sintió dificultades para respirar. Debía haberle crecido la cabeza al triple, le pesaba muchos kilos. A media función se paró del asiento, intentó disimular normalidad pero al intentar agacharse mientras cruzaba la fila de espectadores, se agachó y el torso todo se le cayó hacia adelante, con la contundencia de una caída libre.

Continuará...

27.10.09

Es...

El mexicano no dice nada, se calla, suda. Los mexicanos ricos patinan. Los choferes mexicanos conducen un auto sin mirar al frente. El mexicano come pasteles de sugus. Los mexicanos ricos se irritan porque no les ceden el paso; insultan. Los feligreses mexicanos hacen peregrinaciones en avenidas transitadas. El mexicano viaja con 15 personas en un mismo coche, incluyendo a la abuela, el nieto y el recién nacido. Los mexicanos pobres hacen el amor frente al Sagrado Corazón de Jesús, en la misma habitación de los hijos. El asesino mexicano mata y pide perdón en la iglesia. El mexicano lleva a sus hijos con putas para hacerlos “hombrecitos”. Los mexicanos ricos conducen su auto por encima de los camellones y se orinan en la cajuela. El mexicano se acuesta con sus choferes y con sus patrones. Los niños mexicanos andan por las azoteas en bicicleta. El mexicano tiene barriga y las piernas flacas. Los mexicanos pobres se masturban mientras ven el futbol en la televisión. El estudiante mexicano va a la UNAM. El mexicano secuestra a los hijos de sus amigos. Entre los mexicanos ricos no hay límite de edad para los excesos. Los policías mexicanos tienen voz de barítono y trabajan en bermudas. El mexicano se apellida Pérez. Los mexicanos pobres se van de rodillas a la Basílica de Guadalupe y se orinan de miedo. Entre los mexicanos siempre hay un amado y un amante.
La segunda película del cineasta mexicano Carlos Reygadas, Batalla en el cielo, es una cinta sobre el mexicano que se ve a diario en las calles, gordo y flaco de piel morena o blanca que goza, sufre y tiene sexo. Ese México de los secuestros, de la violencia, de las chicas ricas que se prostituyen por diversión, de seres introvertidos que deambulan en las peregrinaciones a la Villa.
Pero también es una historia de amor imposible: Marcos, portero del Palacio Nacional y chofer de una familia adinerada, es perseguido por la culpa de haber secuestrado a un niño que muere accidentalmente. Ana, hija de su patrón, se prostituye por placer. Ambos guardan un secreto que habrán de confesarse sólo ellos. Como consuelo sostienen encuentros sexuales esporádicos; él se enamora y ella sólo siente lástima.
También es una película sobre el hombre y su contradicción.


23.10.09

Secreto

                                             







                                                                Sí, el niño terrible francés viene a México.

22.10.09

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                                      PAUSE
                                                   

18.10.09

El autocinema

Sentí tu mano tibia en la cintura; atravesamos la calle. Lo recuerdo y, si me lo pienso bien, no puedo decir que me hayas abrazado aquella noche, porque, en realidad, sólo hiciste una suerte de valla con el brazo para protegerme y después posaste la mano en mi piel fría, como si quisieras motivar un equilibrio térmico. Te conté que en mi taller de cartas de amor, el profesor nos había hablado de las “islas de piel”. Fragmentos de epidermis que se cubren y, de pronto, se descubren, motivando el deseo en el explorador. Abordamos el coche. De la chamarra, sacaste el disco de los Squirrel Nut Zippers y lo pusiste. “Te va a encantar”, prometiste en nuestra cita anterior. Lo dudé. Cómo era posible que te atrevieras a decir con tanta seguridad que algo me gustaría si era la primera vez que salíamos. Me sorprendiste. Los Squirrel Nut Zippers son la onda. Y sí, son como de mi estilo. Je. Justo ahora que escribo esto escucho “Hell”, una mezcla de Emir Kusturica, Goran Bregovic y hasta los Tiger Llillies. ¡Yeiy! Llovía, llovía, llovía. El tránsito por Insurgentes era pausado. FLASHBACK: ÉL: “Paso por ti al periódico” ELLA: “No sé a qué hora saldré, mejor yo paso a tu casa” ÉL: “Pero, ¿no estarás cansada? Dijiste que te estresa manejar” ELLA: “Tú manejaste la última vez, me toca a mí” ÉL: “Va, pues”. Contigo me di cuenta de que me gustan los hombres que me ponen nerviosa. Hombres por los que siento cierta admiración. Hombres que sienten por mí cierta admiración. Ya no soporto a los hombres con complejos de inferioridad. EXT/INT /COCHE GRIS/ NOCHE. Me gustas, mucho. Cantamos a todo volumen con las ventanillas abajo. Hueles rico. El autocinema está atestado. Quizá no haya boletos. Unos 20 coches esperamos en la fila. Entonces dices el halago más original que he oído: “Eres una mujer con arcos de tensión incluidos”. Al fin, dramaturgo. No te vayas a Alemania, pienso. Me lo callo. Aunque todavía falta un año, cada día es un día menos juntos. Por fin entramos al estacionamiento de CCU. Han colocado una pantalla de diez por siete. Quedamos en la penúltima fila, pero quedamos. Unos chicos venden palomitas. No serán suficientes. Hay 170 y tantos autos en este lugar. Sintonizamos el 107.7. Juan Carlos Rulfo agradece que el estreno de su peli Los que se quedan se haga este viernes al aire libre. El sonido se escucha perfecto. A ratos nos miramos, cuando algo te parece gracioso, o a mí, cuando algo me conmueve, o a ti, cuando algo nos choca. La temperatura desciende y te abro la cajuela para que saques la cobija que trajiste para ambos. Es grande, parece cobertor. Pepsi, palomitas y lunetas. La Canción de las simples cosas, en voz de Chavela Vargas, anuncia el final de la cinta. Lloro. Sólo había escuchado esa rola con Mercedes Sosa, pero con la Vargas se oye re bien. Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas. Por eso, muchacho, no partas ahora, soñando el regreso. Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.

15.10.09

Citas citables

"El ponerse desnudos, considerado en las civilizaciones en las que tiene un sentido pleno, es, si no un simulacro, al menos una equivalencia sin gravedad del acto de matar"
Georges Bataille/El erotismo (1979)

                                              

14.10.09

Risita

© Tim McConville

-Me gustan los días así, como aneblados.
-¿Nublados?
-No, aneblados. Neblinales. Cuando puedo leer mientras camino por la calle o en un banquita de parque, sin deslumbrarme.
-¿Por qué una chica tan linda ama la catástrofe?

Sonreí

13.10.09

¡Salud!

Quiero hacer un brindis electrónico por dos hombres admirables. El primero es mi profesor, colaborador de la revista Letras Libres y Día Siete, harto erudito en las civilizaciones antiguas, escritor, guionista. Se llama Pablo Soler Frost y es un caballero. En la clase nos habla de usted, nos hace preguntas sobre nuestros gustos. Y después de una sabrosa disertación sobre las similitudes que hay entre los romanos y los occidentales recientes, pide, inclinando un poco la cabeza, un momento para salir a fumar un cigarrillo. Siempre a las 6 de la tarde. Mañana tomaremos un café para platicar sobre los festejos del Bicentenario y esas cosas.


Hoy se anunció en el periódico que su novela Yerba americana, editada en ERA, es la ganadora del Premio de Narrativa Colima para Obra Publicada. Podré felicitarlo en persona. Qué privilegio.

El otro, es un gran amigo y, en cierto modo, también un maestro. Nació en Madrid hace unos treintaytantos años y se vino a reportear al periódico Reforma, donde lo conocí. Formábamos parte de los reporteros exiliados de la sección cultural. Como no había espacio en la planta baja nos mandaron al corral de la ignominia, al lado de los informáticos y los administradores. Casi cada quince días me preguntaba sobre lo que estaba escribiendo, y yo le decía que un par de cuentos nomás. De él aprendí a cuestionar a los funcionarios. Tenía un colmillo para sacar de sus entrevistados la información que necesitaba en su nota de ocho columnas. Sus ojos eran del color más brillante de mi caja de colores Prismacolor: turquesa. Sergio Rodríguez Blanco, firmaba sus notas como Sergio Blanco, quería hacer una revista sobre arte contemporáneo, “algo así como Farenheit”, me dijo alguna vez. Se salió del periódico; debía terminar su maestría en Historia del Arte, en la UNAM.


Hoy se anunció en el periódico que su ensayo “Alegorías capilares. Pelo humano sobre papel en la obra de Gabriel de la Mora” (de quien hablaré en otra ocasión, soy super fans, de Gabriel de la Mora, pues), ganó el Premio de Ensayo Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas. Su seudónimo fue Zafra.

Por ambos, ¡salud! Enhorabuena. Es un orgullo conocerlos.

12.10.09

Disyuntiva

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|        JALE         |      |         EMPUJE    |
|                       J|      |                         o|
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9.10.09

El Día D



Hoy debe ser mi Día D. Obama ganó el Nobel de la Paz. El nuevo periódico para el que trabajo publicó mi primera nota sobre un hombre que tiene muchos tatuajes y al que se le cayó el techo de su casa. Estuve a punto de renunciar a los encuentros con mi amante en turno. Me desperté tarde. Y yo que tenía ganas de partir una naranja y exprimirle todo el juego en mi boca, y yo que iría, sin bañarme, a la librería a comprar unos títulos de Machado de Assis, Guimaraes Rosa, y yo que estaba dispuesta a memorizar los versos de "Walking around" o de "Barcarola", de Neruda,  yo que aún me sentía enamorada. Hoy es mi Día D. En un rato saldré por primera vez con aquel dramaturgo de mis ensoñaciones escolares. La Hora H. Dijo que pasaba por mí a la casa. Veremos el estreno de Bastardos sin gloria, la novísima peli de Tarantino en la que los judíos son los malos del Holocausto. Es probable que tomemos café después. "Debo aprender a interpretar tus 'mmm'. Son muy misteriosos", mencionó antes de desconectarse. Le comentaré su obra de los ositos, unas botargas asesinas, je. Hoy desembarco en Normandía; inicio la operación de combate. Ya no quiero más miedo, prefiero la contención. Ambos estamos levantando nuestros pedacitos de uña, de piel, de corazón.  Él, por 5 años; yo, por 3. Esto no será una guerra. Desembarco en este puerto en son de paz.

7.10.09

Fisonomía adulterada

La señorita química del laboratorio dice que tengo las venas muy delgadas. Espera unos segundos en silencio a que me vuelva hacia ella para confirmar el peso. Pero yo miro a la pared, inhalo, exhalo, inhalo, exhalo, medio sonrío, siento el diminuto calambre en la comisura del brazo, abro y cierro el puño con intermitencia. Debí desayunar, me reprocho. La señorita química del laboratorio extrae la aguja de mi piel palpitante. Miro la zona penetrada. Sangra. Punteo el agujerito rojo con algodón absorbente. Me pongo nerviosa. Los orificios perfectamente redondos me ponen nerviosa. Debí desayunar, me reprocho. La señorita química del laboratorio palpa la cara anterior de mi brazo izquierdo, acechando la vena. Recuerda que aún no abre una nueva jeringa. No querrá insertar la misma. Llama al joven químico para que la ayude a localizar una vena más rellenita. Y la ubica de inmediato. No tiene la apariencia de listón azul o verde bajo la epidermis, pero sí que sobresale como una bolita juguetona. Pincha. La sangre oscura drena. Vacío. Y el tubo de ensaye se tiñe de color. Puede sonar ridículo, pero me emociona enterarme, hasta ahora (siendo hija de dos médicos), cuál es mi grupo sanguíneo. Qué bonita palabra es “antígeno”. Quisiera ser O. Hoy me duelen ambos brazos cuando intento tocarme la cara; mañana, sabré los resultados.

6.10.09

Pequeños gustitos

Si hay alguien a quien deba agradecerle su existencia es a este hombre: Sir Antony Hegarty y su banda de Los hijos de John.


De cuando Katia fraguó el plan

ESCENA SEGUNDA


En la habitación. Hay un buró y una cajonera.

Katia: ¿Cuál es la mejor forma de celebrar una fiesta de cumpleaños? ¿Una fiesta sorpresa? Convendría comprar un pastel de tres leches, muchos paquetes de velitas, de esas que no se apagan aunque soples y soples. Me gusta el olor de los locales donde venden piñatas. ¿Cuál sería la mejor piñata para un adulto? Una en forma de bastón. Para mí, las mejores fiestas de cumpleaños, o por lo menos, las más originales, son aquellas en las que el festejado se lleva una sorpresa. Algunos se contentan con una corbata nueva, un par de plumas fuente, o su libro favorito. Ese libro que nos gustaría interpretar, o más bien, el del personaje que nos gustaría ser. Hace algunos años creía que los payasos y los magos eran los que mejor se la pasaban en las fiestas de niños. Me parecía fabuloso que en unos cuantos minutos lograran la atención de una decena de personas. Pero sobre todo, que les creyeran sus invenciones. Mi padre nunca me creyó; decía que eran puras invenciones. Con el tiempo entendí que la única manera de gozar una fiesta es ser uno mismo. En esas mismas fiestas de niños, yo era como todas las niñas. Y la verdad es que nadie se aprendía mi nombre. María, Fany, Elisa. Yo sólo atinaba a repetir con gracia: “Soy Katia Vera Lugones y no me parezco a nadie”. Pero no importaba, al fin y al cabo era como todas las niñas: vestidito rosa, mallas de rombos y listón en el cabello. Era semejante a sus Marías, Fanys y Elisas. Entonces llegó la Navidad, la primera Navidad con senos de señorita. Me bajó a los 10 años, justo un año antes me había enterado de que los Reyes Magos y Santa Claus eran mis papás. Apenas dos puntitos hinchados sobresalían de mis blusas tejidas. Detesto las blusas tejidas, los tejidos, el estambre. A partir de ese día, me sentí diferente. Aunque en público siguiera siendo como todas las muchachitas de mi edad. Llevo años intentando discernir a quién debería de darle una sorpresa este día. Quiero que esta fiesta de cumpleaños sea la más original y para eso tengo que ser yo misma. Debo ser diferente en público y en privado. Ya todos los invitados están confirmados.

2.10.09

Un revólver de oro con diamantes

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    |                                                  |  BANG! BANG!
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1.10.09

Textoservidora

Su amigo, el dramaturgo chihuahuense, me lo advirtió: “tiene novia, de tiempo”. Pero: “investiga, como diría mi mamá: es un buen partido”. Amable, divertido, inteligente, escritor. Decidí que no sería la tercera en discordia; de todos modos, fuera lo que fuera, había que esperar a que terminara el semestre. Quizá para entonces, el hombre se había desocupado. Hasta hace unos años me sentía incapaz de transgredir la relación meramente académica profesor-alumno. Ahora, no me importa. Con él podría hacerlo. Pero él es muy discreto, me dijo Elman. Así que debo cumplir con mis tareas, participar en clase, leer las obras que nos sugiere, como La sangre, de Sergi Belbel o Noche árabe, de un tal Schimmelpfennig (harto recomendables, por cierto). Nuestras charlas se han inscrito en noches largas faceboqueras. En el salón, he asumido el papel de alumna y nada más. Yo lo agregué; él me habló por primera vez. Es curioso, hace dos años asistí al teatro a ver La fe los cerdos. ¿Quién iba a decir que nos conoceríamos”. Me pidió mi opinión sobre la pieza y le dije que era casi perfecta; el travesti se salía del tono. Coincidimos en que la actuación y el montaje habían sido un poco deficientes. Modesto, evitó aludir el texto; afirmé que era muy bueno. Soy su fans. Compartió sus planes: una pastorela paródica, en diciembre; un proyecto con la UNAM, el próximo año. Ayer nos preguntamos sobre la impresión de nuestros rostros en los demás. Ambos nos dijimos fiesteros, pero no, los dos resultamos hogareños, somos Cáncer. Entonces, ocurrió. Supe que era aficionado al baile: la salsa y el son cubano. “Solía ir a bailar con mi novia, pero desde que estoy soltero he dejado de salir a lugares”. Tres, dos, uno. Apenas en la mañana, uno de sus amigos me había dicho que era un joven comprometido. Horas después, él mismo lo desmentía. My gosh. Demasiada tentación para una mujer así de amorosa como yo. Demasiada coincidencia para nuestra soltería. Demasiada cercanía en el Fonca. Tuvimos la suerte de obtener la beca este año. Es una injusticia que sea la primera vez que la tiene, muchacho tan talentoso. ¡Nada, qué! ¡Calmada, Diana! Aún no acaba el semestre. Está bien, me conformo con ser su textoservidora.

Pics


catarina violette


cortina tapizada


sobreexpuesta


sombrerera loca

28.9.09

Boy

El único rastro de cabello en su cráneo era una estrella mediana cuyo pico inferior se unía con deliberación al crecimiento caprichoso de la patilla derecha. Lo demás, rapado. Lo mismo se disfrazaba de general londinense que de barbero victoriano. No alcancé a oír su nombre, sólo su apellido: Viqueira. A la fecha no lo sé, su nombre. Cuando lo conocí me apuntó en la cabeza con una Sako Tikka fabricada en Finlandia. Con los días, nuestro trato se hizo más cordial. Una mañana, en el mensajero electrónico me pidió un favor: un mensaje por celular. ¿Cómo? Con una redacción apenada, comentó que no tenía saldo en su teléfono y que si yo podía enviarlo. Acepté. “Leonor, me quedé dormido, te veo a las 5 en el resto de los higos. Viqueira”. Mientras redactaba su petición, dos moscas volaban en mi habitación. “¿Es posible que dos moscas hayan entrado por la ventana? ¿Las moscas duermen?, ¿los moscos, no?”, intenté responderme. Tecleé el teléfono y casi de inmediato sonó el mío con la alarma de mensajes recibidos. Lo miré y era el mismo que había mandado. Pensé en una equivocación, un lapsus, uno de esos momentos raros en que todo se confunde. En la pantalla de la computadora brillaban en negro los dígitos de mi celular. Recordé aquella noche en casa de sus amigos. La invitación fue generalizada. Iríamos un par de actores y los entomólogos anfitriones de la cena. Pensé en no ir; no sé cocinar y él sería el chef. Supuse que no le agradaría tener una pinche tan inconsistente en sus conocimientos culinarios. En la cocina, nos besamos con intermitencia y pudor, más mía que de él. Como entrada, preparó una ensalada de espinacas con cebolla morada cristalizada y queso de cabra. El plato fuerte consistió en un pollo con especias: anís estrella, canela, cardamomo, miel, soya y pimienta. Lo mejor fue el postre: trocitos de zanahoria frita con crema de cajeta y helado de coco. Delicatessen. Entonces Leonor encarnó. Habló con las palabras derramándose de la boca. Ella es una investigadora y escritora que se dedicó a recopilar los textos primeros de un grupo de literatos gordos y elegantes, cuyo sueño era escribir sus cuentos en un lugar mítico como la Santa María, de Onetti, como la Yokanoséquémás, de Faulkner. “Ahora sabes que estaremos a las 5 en ese lugar, Diana. Podrías espiarnos”, tecleó en el mensajero. Hoy nos veremos en la noche. Tiene ensayo en CU y yo lo alcanzaré en la cafetería del CCU. Dijo que hizo la reservación a mi nombre: Leonor Enciso.

21.9.09

No me quiero enamorar

Julien tiene un tatuaje en la ingle izquierda. Es un símbolo samurái. No tiene que desnudarse para mostrarlo; sí tiene que quitarse la ropa para enseñarlo completo. La tinta negra aún parece fresca en su piel. Hace un par de años, él y su mejor amiga fueron juntos a dibujárselo. Los siguieron otros más. Hoy, son seis o siete quienes lo portan. Es circular. Palomas y perros cancerberos hacen una danza eterna. Julien ha leído el Hagakure, yo nunca. Es el libro de los samuráis. Sí, hay manuales para serlo. Él no quiere ser uno de ellos, pero algunos códigos le parecen "relevantes", no "interesantes", tan sólo relevantes. Su interés surgió de una película. Es curioso, mis últimas parejas también se tatuaron a partir de algún libro, de alguna banda. Él lo hizo después de ver Ghost Dog, de Jim Jarmusch. Julien es exquisito. Coincidimos en nuestro gusto por el lenguaje. Siempre ha tenido novias con buena ortografía; yo también. Nos resulta sexy que el prospecto escriba correctamente. Una mala sintaxis podría minar nuestras ganas. Es una pedantería, lo sé, pero cuando son dos los partidarios, la necedad se vuelve un simple gusto. Julien me ha recomendado a Marie Darrieussecq (achis, en esto sí tuve que echar mano del google, vaya apellidito), una escritora francesa. Me prestará su novela, se llama Marranadas. Un tanto en la onda de Kafka, pues es una mujer que poco a poco se va convirtiendo en una cerda, pero luego otra vez es humana y luego otra vez animala. A ver qué tal. Me pidió Pieza única, de Milorad Pavic. No ha encontrado el libro en ningún lado. Le han dicho que está bueno. Yo le digo que sí.

18.9.09

y no volveré jamás

como el ave de ciudad se va buscando la mar...

al fin que tengo unos zapatitos aguantadores y tines rosas.

16.9.09

Interrogantes

¿Por qué cuando la tarde podría ser perfecta por la quietud y el silencio en las calles, siempre hay algún imbecil que pone Like a virgin a todo volumen?

14.9.09

Itinerario funk

No suelo hacer bitácoras públicas porque a nadie le interesan, pero esta vez no puedo resistirme, y es que los últimos fines de semana de mi existencia han estado DIVINOS, je, sí, divinos. Bueno, no las 24 horas, pero casi, así que me limitaré a registrar lo mejorcito, lo demás con unas elipsis lo resuelvo, je.

Viernes, 11 de septiembre
10:45 – 11:30 En un cuarto diminuto de sillas y mesas fosforescentes, dos autoridades del FONCA nos explican —a otros dos becarios y a mí— que nuestro tutor será Alberto Chimal; que los encuentros de jóvenes creadores —serán tres— se pondrán cada vez más intensosos conforme nos vayamos acercando al final; que el fondo editorial de Tierra Adentro publicará nuestros mejores cuentos en una antología, que el monto de la beca es mayor al de otras ediciones; que los becarios de este periodo están bien guapos —ejem, bueno, eso lo digo a título personal.

11:35 - 14:18 Conozco a Blanca, una fotógrafa mexicana de la migración, con quien, presumo, podré hacer una amistad chidix. Ella también está becada este año. Vamos a tomar un café al MUMEDI, pero terminamos ordenando un jugo de manzana natural, de extractor, de nuestra infancia. Reímos. Ella vive en Alemania, lleva un mes en México porque vino a casarse con su chico, alemán él. Una anciana, desde afuera, nos pide dinero, le decimos que no, nos mienta la madre. Reímos. Nos contamos nuestros respectivos proyectos, nos gustan. Volvemos a reír. Intercambiamos teléfonos y correos electrónicos.

22:12 – 02:00 Pía y yo asistimos a la fiesta de despedida del músico y compositor César Joyner. El jueves parte a Francia. Durante un año dará clases de español y cultura mexicana en alguna universidad de Rennes. Bebemos un mezcal delicioso, sabe a anís. Ella está en un dilema existencial; yo también. Imaginamos que podríamos ser rommies. Rentaríamos un departamento de unos 8 mil pesos; pagaríamos la mitad. A los pocos minutos ya estamos peleando. Manejo el Chevy hasta su casa, donde no nos dirigimos una sola palabra, sólo la despedida. Olvida su celular en casa del huastequero. Olvido mi estuche de lentes en su coche.

Sábado, 12 de septiembre
15:00 – 17:59 Camino entre las pilas de libros de El Sótano y, a mi paso, el de Tryno Maldonado, Temporada de caza para el león negro cae al suelo, deteniendo mi andar. Estaba mal colocado, pienso. Lo levanto y descubro que no tiene cubierta de plástico. Veo que sus capítulos son viñetas de no más de 40 líneas. Inicio la lectura de la novela. Acabo de leer la novela. Nunca había leído un libro completo en una parada (porque ni siquiera me senté). Me identifico con Golo, el protagonista. Por los Converse viejos, por su gozoso gusto por el sexo, por sus ideas de morir joven, por importarle poco lo que diga la gente, por su inmadurez. En la misma mesa de Anagrama, reluce Los detectives salvajes, versión pocket. Lo tomo y le hago una consulta para saber qué mensaje me tiene. Bibliomancia. Pregunto. Al azar, una página; al azar, un renglón. “Como es natural…” La respuesta me alienta. Por fin, llego al montón de Siruela. El objetivo: Cuentos reunidos, de Clarice Lispector. $570. Carísimo. Ni hablar, extingo los últimos pesos de mi débito.

20:00 – 02:11 Abordo el coche de Alenkar, amigo de la universidad a quien no veo hace años. Quedamos en ir a la Cineteca a ver “El hombre mosca”, de Harold Lloyd, musicalizada en vivo por Monocordio. Llegamos y la fila de coches para el estacionamiento llega, casi, hasta Eje 8. Avanzamos con lentitud y le propongo bajarme a la taquilla: “No sea que ya ni haya boletos”. En efecto, los boletos volaron, y la fila de gente para entrar a la sala ocupa el espacio libre del lugar. “No, ni te metas, ya no hay boletos”, le llamo. “Pues me meto y vemos otra”, me dice. Miro los horarios y a punto de pedir tickets para una peli nórdica, un muchacho pregunta en voz alta si alguien está buscando boletos para Lloyd. Volteo y grito que yo. “Tengo dos”, dice. “Perfecto”, digo. Nos toca hasta arriba de la sala. No importa, se ve bien y se escucha mejor. Fernando Rivera Calderón toca el teclado y el resto de los músicos hacen lo suyo también. Acordes de la época de los veintes se mezclan con la música de Spiderman, Superman, AC/DC y el mismo Monocordio. Maravilloso. Nos haremos asiduos a estas funciones, prometemos Alenkar y yo.

Domingo, 13 de septiembre
11:23 – 13:43 Comienzo la lectura de los cuentos de Lispector. Lloro con “La imitación de la rosa” y “Preciosidad”.

16:02 – 23:54 Me encuentro con Víctor en la esquina de Presidentes y Eje Central. Nos abrazamos. Caminamos hasta el Waldo´s de División del Norte. Compra unas galletas rellenas de higo que le recuerdan a su papá. Compro tres latas de refresco gringo sabor uva blanca. Todo por $12. Reiniciamos la marcha hacia Coyoacán. No ha llovido; incluso hay pizcas de sol. Se toma un moka deslactosado. Me tomo un chocolate. Nos sentamos en una banquita del parque y él hace un trueque con un vendedor de chicles: canjea mis dos latas de refresco (no me gustaron) por una caja de Trident de hierbabuena. Platicamos sobre su infancia y la muerte de su padre. Le digo que me gusta que me cuente historias. Caminamos al metro Coyoacán y de ahí a Etiopia; llegamos a su departamento en la Narvarte. Su casa tiene paredes rojas, amarillas, blancas. Buscamos en el DRAE, el significado de “sincretismo” y “lerdo”. A él le gusta lo sincrético, yo soy una lerda. Elegimos ver Leon. The professional, una peli francesa de Luc Besson. Actúa Natalie Portman en su primer papel cinematográfico, o sea chavita, Jean Reno, cuando era más joven y Gary Oldman. Mucha tensión, mucho amor, muchos balazos. Me encanta.

12.9.09

Aprendizaje o el principio del placer*

A la entrada de la cocina, le grité que me gustaba y cerré la puerta. Me sentí como una tonta, como una niña que toma una galleta sin permiso y la deshace en la mano por el miedo de que la descubran en el acto. Pensé que Julien me descubriría en la silla con las piernas arremangadas entre los brazos, el vestido vencido y los muslos tensos. Me excité al imaginar que espiaba mi fantasía de ser la ninfa de Balthus, la adolescente de suéter verde y falda tableada que se peina en la cama. Pasamos una hora en silencio: él en su futón rojo (su cama japonesa, le dice), yo en la silla baja de mimbre junto a la alacena. Pensé que no me había oído y que sólo aguardaba el momento en que la niña saliera de la cocina con el almuerzo listo. Escudriñé los utensilios y, por momentos, olvidé cómo nombrarlos: escurridor negro, jarra de plástico azulado, cuchillo de pan con hoja aserrada, frutero de red. Luego arrastré mi asiento hasta la ventana; en la sala sonaba algo parecido a Hello Seahorse! ¿Sería posible? Me asomé a la calle y comencé a llorar de lo cerca que están siempre los peatones de morir atropellados: centímetros de distancia, milésimas de segundo. Julien tiene una década más de experiencia que yo. Estoy aterrorizada. Él lo sabe y me comprende. Lo supo horas antes de esto. Lo supo cuando me negué a darle la mano mientras caminábamos hacia el metro. Habíamos acordado que me acompañaría a firmar mi contrato con el FONCA. Llovía poco y dejamos que las gotas nos rociaran el cuerpo de humedad. Lo supo cuando al salir de aquellas oficinas en el Centro Histórico me atreví a darle la mano unos minutos para cruzar un par de calles. Entonces salió el sol; hacía días que no brillaba. He bajado un poco de peso. Creo que me cortaré el cabello en unos días. A Julien le gusta mi cabello y le digo que a mí también pero por temporadas. En mi vida anterior debo haber nacido en un lugar helado y húmedo. Mi piel y mi cabello son felices en estas condiciones, el calor los abruma. Podríamos haber pasado más tiempo en silencio, sin prisa. El éxito de las relaciones amorosas radica en el tiempo. Por eso hoy abundan los fracasos, la gente no quiere compartirlo con nadie. Es natural, los horarios laborales son asfixiantes y han fomentado la soledad. El común denominador de nuestros tiempos es la soledad. Lo singular es la pareja, la colectividad. Quiero ser peculiar. Por fin salí de la cocina con los ojos mojados y una granada partida a la mitad. Según Shakespeare, bajo el follaje de su árbol se ocultó Romeo para cantarle una serenata a Julieta. Nunca había experimentando un silencio tan hermoso. Le di a Julien su porción, quien pronto se sentó a desgranarla, tiñéndose los dedos de púrpura. Yo preferí morderla. Lo único que le dije antes de salir a comer en un mercadito cercano a su casa fue que tenía ganas de escribir un cuento que sucediera en la casa de una familia sordomuda. Nos abrazamos y le di la mano.

*El título de este post es el resultado de una mezcla arbitraria entre el nombre de un libro de la escritora brasileña Clarice Lispector y el de uno del mexicano, José Emilio Pacheco. Ambos altamente recomendables. Disculpen ustedes el atrevimiento.

9.9.09

Beatleday

Tenía una amiga gorda en la secundaria que amaba a John Lennon. Yo sólo conocía "Yesterday", "Let it be" y "Michelle" porque eran las únicas que mi madre se sabía completas y aunque desconocía el significado de las letras, bueno el de los títulos no, las cantaba muy feliz. Mi padre le había regalado la colección de casetes publicada por Selecciones Reader's Digest. Mi amiga se llamaba Karla Araico, su mamá era secretaria y su papá trabajaba en la Volkswagen. Un par de veces la acompañé a la fábrica de vochitos a pedirle dinero para comer. Tenía como quince gatos y me dijo que las croquetas sabían rico. Como a pescado. Yo quería mucho a Karla porque con ella comprobé el delicioso sabor de las Whiskas y a su lado conocí algunas de las razones para amar a John Lennon. Más allá de que si su activismo social, de que si se había atrevido a decir que los Beatles eran más grandes que Jesús, de que si se había casado con Yoko Onno con quien se fotografió desnudo, de que si había muerto asesinado por un fan. Amo a John Lennon porque escribió la canción favorita de mi papá “Imagine”, (¿podrían creer que lleva la letra en el cosito ese del coche que ahora no recuerdo cómo se llama con el que se cubre el conductor del sol?), pero lo admiró más porque a pesar de su rebeldía se dio chance de escribir una canción de amor a su chica, no al mundo, no a la vida, sino a una chica, je, la rola es “Love is real”. Hoy es un día especial por varias razones: es el día 9 del mes 9 del año 2009; la discografía completa de los Beatles en versión remasterizada se lanza en casi todos los rincones del mundo (digo casi porque no creo que llegue a Gambia, por ejemplo, ¿o sí?); surge el primer videojuego de la banda inglesa para Rock Band (ya me sé de memoria las pisadas de guitarra de “Eye of the Tiger”, hace falta que mis sobrinos renueven su playlist con unas cancioncitas de estos muchachos); juega la selección mexicana contra Honduras y Gio tiene el corazoncito roto por Belinda, je; tengo mi segunda clase en el taller para escribir cartas de amor, Julien.

En off: Bueno, pues no sé ustedes, pero yo sí me voy a lanzar al IMER para jugar el nuevo jueguito ese de los Beatles que les digo.

8.9.09

El video de hoy

Me gusta porque se dan besos y besos y besos en muchos países.



Y ustedes, ¿tienen un video preferido del día?

7.9.09

Holograma

Así empecé
luego más cerquita
una sonrisa con cámara en mano
hola!
ay caray
ya cuando vi el resultado, bueno...
A ver Julien, si así me veo antes de conocernos, qué bárbaro, la lente de mi pequeño celular no resistirá tanta luz, ja.

6.9.09

Lector de verdades

“What if the best is yet to come and this was only the first part run”
Kashmir

Julien compra el periódico todas las mañanas. Le gusta El Universal los domingos, el Reforma lo lee los viernes y el resto de la semana, La Jornada. Llevo dos días durmiendo fuera de casa y me gusta. Bueno, quizá debería decir velando fuera de casa. En total cinco horas de sueño, seis. Julien y yo platicamos hasta las siete de la mañana, me retó a que resistiera un día completo sin cerrar los ojos. Y como la propuesta, otra vez, me pareció curiosa, acepté. Así conocí a mi novio de la universidad, sólo que aquella vez fue en un hotel pequeño (un viaje escolar a Cuetzalan) y la única condición era no regresar a nuestros cuartos, quedarnos en el lobby frente a una tele vieja. Esa noche jugaba la selección mexicana en el mundial, si no me equivoco, en Japón. Los horarios de los partidos eran de madrugada y los que viajamos queríamos pasar la última noche celebrando la victoria de México. Ajá. Nunca pudimos sintonizarlo. Subimos a la azotea de la posada y jugamos futbol entre la neblina, chispeaba. Cuando nos cansamos, él y yo nos sentamos en el lobby a ver caricaturas. Me gustó su desgarbo. No quería volver al cuarto porque era el primer viaje de mis amigas lesbianas y compartíamos camas. Poco tiempo después, él me confesó que no hubo nada que le impidiera subir a su habitación, quería platicar conmigo, pero había tenido que inventarse un pretexto: su amigo tendría una noche de amor con una mujer del pueblo. Le creí. Anoche jugó la selección mexicana contra los ticos y le ganaron tres goles a cero. Anoche Julien me contó de Belle, su ex esposa y advirtió que sería la última vez que me diría algo sobre ella en el pasado. No lo entendí. Explicó que ahora son muy buenos amigos y que siempre ha preferido referirse a las personas en su condición actual. El pasado sólo existe en la creación. Le conté que justo el día anterior al que nos conocimos en el taller, mi novio había decidido terminar nuestra relación. No sé si hablar de nuestros fracasos amorosos fue lo más apropiado, pero por lo menos yo no puedo ocultar mis emociones. La gente te quiere o no y ya. Lloré y cuando lo hice me dio las gracias. Opina que hoy las personas esconden lo que sienten aunque se les haga un río en las entrañas. “Hay que celebrar que alguien se conmueva hasta las lágrimas”, dijo a la hora de partir el pastel con sus demás amigos y me sonrío. Por cierto, qué buen pastel, caray. Aunque me gustaron más los “macaron” que llevó Adeline, la mejor amiga de Julien, unos pastelillos de colores hechos de almendra, capita crujiente y relleno suave merenglas, je. Un postre francés tradicional. Entre los invitados estaba un hombre peruano muy agradable. Lo primero que me dijo fue que me leía la mano. Le pedí que sólo me leyera lo concerniente al amor, contestó que le bastaba ver las líneas ubicadas abajo del índice. Después de la mitad de la vida tengo dos. El número de líneas es el número de amores de los buenos. Marisa y Mario no tienen ninguna, se conocieron antes de la mitad de sus vidas. Llevan casados cinco años. Si nos ponemos esotéricos, creo que se la pasarán muy bien juntos. Adeline tiene dos. André, una. Julien, una. Fui la primera en despertarse, pero sentí pena. Así que me esperé hasta que se oyeran algunas voces en la sala. Cuando todos se fueron, Julien dijo que me iría a dejar siempre y cuando lo acompañara antes a comprar el periódico. Cuando bajamos del metrobús, avisó que caminaríamos hasta mi casa y en el camino me pidió un favor: “Busca un espejo muy grande y hoy antes de que te bañes mírate el cuerpo completo, también la cara. Después de que tú y yo nos conozcamos, vuélvete a mirar y me cuentas lo que viste”. Me gusta la sección de “Hasta atrás” de la revista Día siete, en la de hoy se publicó un artículo de Eusebio Ruvalcaba del que extraigo esto y les recomiendo que lo lean completo:
“Y más aún si eres mujer. Vive, disfruta. Goza lo que la vida te ofrezca. La soledad es la punta de lanza del placer. Prolóngala hasta las últimas consecuencias. No hay hombre que no tenga enquistada en el cerebro la larva del más deplorable machismo. El varón navega con bandera de entendimiento pero a la hora de la verdad se deja apabullar por su propia simpleza. Cruel paradoja: el varón ha sido mástil de la filosofía, de la abstracción resuelta en la urdimbre del pensamiento, pero aun al más punzante pensador la complejidad del pensamiento femenino —de la condición femenina como tal— lo aplasta como a un mosquito. Y aun con más dolo. Resiste. Mujeres independientes se cuentan con los dedos de una mano. Son la verdadera elite femenina —no las feministas, nada que ver—. Porque no necesitan de un proveedor que las humille, que les recuerde su seudosuperioridad cada quincena. Resiste."
Sigo creyendo que moriré joven, quizás a las 23:23 de cualquier día, pero no llevo prisa. Esta vez necesito mucho tiempo para entender las cosas; más que la última vez.

5.9.09

Parques

                                                A Yendi, Rodrigo y los cómplices de anoche.

 
Ayer fui una escritora marroquí que recitó de memoria un par de estrofas de un poeta árabe, de Ibn Hazm de Córdoba. Llegué a casa hace unas horas, tengo los labios coloreados de vino y eso me gusta. Lucen como si hubiera chupado nueve paletas azules, amoratados. Ahora que lo pienso mejor, sin tanto tinto en la sangre, sí hay un rasgo, bueno dos, del cuerpo humano que me arrebatan: los labios y el contorno de los ojos violáceos en pieles morenas (no los ojos violáceos, sino el contorno). No sé cómo explicarlo. Esas bocas que no son rosas ni rojas ni carne, sino casi moradas, color coagulo. Parece que apenas alguien las bese y  estallarán de tanta sangre acumulada en ellas. Me inquietan. Del límite de los ojos es más difícil hablar. Podría confundirse con las ojeras y sí, es algo parecido, pero no. Bueno, leve. Quizás. El caso es que ayer me hicieron esa pregunta y no la supe responder. Me sentía plácidamente ebria. Seis o siete botellas para seis o siete personas en un departamento rococó de la Del Valle. Funny. Era un cineasta y animador, dos pintoras, un psicólogo, una bióloga, un diseñador y tres escritores. Nueve citadinos que si alguien hubiera salido de su casa en medio de la lluvia los habría visto caminar con la parsimonia de quien recién perdió algo. En las bolsas del supermercado llevaban el alma y un paquete de pasta, cuatro jitomates y un pimiento morrón. Después se internaron por su propia cuenta en una sala de terapia intensiva a salvar el amor, las ilusiones. “Supe de unos novios que rompieron y cuando se reencontraron, unos siete años después, se casaron”, dijo Martha, anhelando algo así para ella. “Deberíamos contratar a tres actores y montar un teatro callejero”, dijo Rodrigo. “Mi papá es marroquí y mi mamá es mexicana”, dije. La pasta estuvo al dente; para comprobarlo, Sebastián lanzó un espagueti contra la pared y se quedó pegado. Es un experto en cocina creativa molecular, algo así. Suena chistoso. Entonces todos se enteraron de mi origen extranjero. Coincidieron en que mis rasgos parecían indios o árabes. Casi le atinaron. Me pidieron que hablara en árabe y lo hice. Se sorprendieron. Mi opinión acerca de los hombres mexicanos. La ficción se hizo realidad. Durante más de diez horas me inventé un personaje y pude encarnarlo: Diana, mujer de 26 años, descorazonada. Salió de Marruecos a los once años, vivió tres años en Francia y luego llegó a México, donde ha decidido quedarse por tiempo indefinido. Su doble nacionalidad le ha permitido obtener puestos de trabajo en lugares importantes, pero también le ha hecho fijarse una postura crítica frente al racismo del mexicano contra el mexicano. “Prefieren a los extranjeros”, dije con una pronunciación torpe, mientras fumábamos en el balcón del quinto piso. Repetían que la reunión estaba dedicada a mí, para aliviar el despecho, para menguar el dolor. Lo lograron y, en verdad, no saben cuánto se los agradezco. Supongo que les extrañó que una marroquiña cantara a José José, a Chavela Vargas y hasta Ace of Base. Confirmé su percepción sobre Tarkan, ese cantante que lanzaba besitos en sus canciones: es el Luis Miguel de Medio Oriente, aunque tampoco es tan tan popular. Me ofrecieron su amistad y yo a ellos. Había olvidado la importancia de pertenecer a una colectividad. Había olvidado lo que era una noche sin llanto. El día nos alcanzó dormidos, los niños en los sillones, las niñas en las camas. Tengo los labios ciruela y apenas unas horas de descanso. No importa, hoy tengo la vida sujetada de las manos y me aguarda una tarde emocional. Les cuento mañana, el lunes o el día que sea, mientras me baño, me echo unos taquitos, compro un vestido para hoy en el bazar de mis sueños y consigo un ingrediente (véase post 1, 03/09/09).

En off: Ya se viene el nueve del nueve del 2009. Luego pasan cosas bellas.

4.9.09

Citas citables

"Hoy he vuelto a ser quien soy, la vida me regala la ocasión"

"Si en algo te ofendí, te pido me perdones, no es la intención"

"Todo vuelve a colapsar, todo vuelve a ser normal. Sólo hay que entender que nada es por siempre"

"Todo después de un final, todo vuelve a comenzar. Sólo hay que entender que nada es por siempre"

"Por favor, respeta mi dolor, respeta lo que fuíste, hoy ya no"

                                                                                                                 DLD

 En off: A poco no que además de guapérrimo, el vocalista -Paco Familiar- baila bien chidix. Anden, anden, nenas, busquen el video en la youtube.

Acta de defunción

Nunca me habían propuesto matrimonio. Nunca había recibido una bofetada. Nunca había amado con tanta fuerza. Nunca me había enamorado de un calvo. Nunca había pedido perdón tantas veces. Nunca había llorado en una iglesia. Nunca había sido tan feliz. Nunca había perdonado. Nunca había sido violenta. Nunca había visto orinar a alguien. Nunca me había excitado al ver orinar a alguien. Nunca había visto a un escritor llorar mientras leía su cuento favorito. Nunca había visto gemir de placer a alguien por el sabor de un helado. Nunca había oído roncar con esa vehemencia. Nunca había visto el box. Nunca me había reflejado en el cristal de algún transporte. Nunca había cenado pan con leche. Nunca había comido un queso con delectación. Nunca había probado el doble crema. Nunca había fumado después de hacer el amor. Nunca había lavado la ropa de alguien más. Nunca había gritado tanto. Nunca había amenazado de muerte. Nunca había bailado en un mercado. Nunca había rasurado una barba. Nunca me había sentido dispuesta a ser la más sumisa de las mujeres. Nunca había sentido tanto amor. Nunca había sentido tanto odio. Nunca había tenido un jefe tan guapo. Nunca nadie me había enseñado a llenar mis recibos de honorarios, hincado frente a la cama. Nunca había leído los primeros párrafos de un libro en los escalones de alguna librería. Nunca había comido un queso con jalapeño tan sabroso. Nunca había sentido tanto deseo. Nunca le había cortado las uñas de los pies a nadie. Nunca nadie me había confesado su envidia. Nunca había recibido un apodo tan amoroso. Nunca había ido a un hotel. Nunca había tenido un hijo. Nunca había deseado viajar por años con alguien. Nunca había pensado tanto. Nunca había temblado de celos. Nunca había admirado la historia de alguien común. Nunca había disfrutado un domingo. Nunca había deseado que el fin fuera una pesadilla. Nunca había limpiado vidrios de una casa. Nunca había gastado tanto dinero. Nunca me había valido tanto gastar tanto dinero. Nunca había bailado electro. Nunca había llorado en una banqueta. Nunca había escrito un cuento con tanta pasión. Nunca había hecho el amor antes de comprometerme. Nunca había roto una televisión. Nunca había atemorizado a alguien. Nunca había ido a un Vive Latino. Nunca había pintado en un jardín inmenso. Nunca me habían dado la mano para cruzar la calle. Nunca había comido un sándwich a las dos de la mañana. Nunca.

3.9.09

¿De qué lado besas?

Julien me enseñará a escribir cartas de amor. Él es un hombre de piel negra y ojos color nuez. Ayer fue su cumpleaños, cumplió 36. Pronuncia la "r" como si tuviera el frenillo corto y cuando calla -porque no encuentra la palabra precisa en castellano- se remoja los labios con un suave apretón. Desde mi pupitre en la primera fila, expuse mi definición de "amor": un acto de fe. Es francés, nació en un barrio parisino del cual no recuerdo el nombre. No importa. Para entrar al salón debe agacharse un poco; o los marcos de las puertas son pequeños o él es muy alto. Sí, su estatura rebasa la mía con creces. Cuando sonríe, su nariz recta se ensancha y me recuerda quizás a alguno de sus antecesores africanos. "Las cartas de amor son conjuros y chantajes", dijo y después sopló por la boquilla de su pipa. "A alguno le disgusta el humo", dijo con entonación francesa. Alcé la mano y me sonrió. No supe si lo hice porque en realidad me provocara nauseas el aroma del tabaco o como un acto deliberado para atraer su atención. Su cuerpo es una mezcla del Oriente y el Occidente. Tiene las formas fuertes de cualquier forastero negro, pero la delicadeza de los contornos estilizados en Photoshop. Su interés por las epístolas amorosas surgió a partir de la lectura de Cyrano de Bergerac. Está convencido de que "¿cómo se dice aquí? ¿palabra mata carita?". No, "verbo mata carita", corregimos. Su voz se torna ronca, a veces afónica, los primeros días que pasa en una nueva ciudad; después todo se normaliza. Su madre tejía bufandas y cuando Julien era un niño no salía a la calle sin una prenda de esas. Aún las conserva, tiene cerca de 80. Nos pidió hacer un primer ejercicio: las niñas una carta breve a Tutankamon, los niños una a Nefertiti.


Mi señor Tutankamon:
Heme aquí frente a su ojos que la gran divinidad permite
que me lean. Sepa usted que el dulce tono de su voz hace
música en mis sueños más íntimos y me inivita a desearlo
con la fuerza semejante a la de los súbditos que le celan.
Sírvase a recibir mis plegarias más amorosas y el abrazo
de esta su dama que le besa cada noche al cerrar los ojos,
con la impiedad de un amante que se duerme de extrañar.

Julien es divorciado y vive en un modesto departamento de Santa María La Ribera, donde celebrará su cumpleaños este sábado en "petit comité"; nos ha invitado. Sólo que si asistimos, debemos llevar un ingrediente. Algo así como nuestras fiestas “de traje”, pero con la diferencia de que en la suya los invitados participan en la preparación de la comilona. Empieza temprano. Mientras esperaba el camión que me devolviera a casa, Julien se acercó a mí. “Olvidé preguntarles algo”, dijo. Pensé que me pediría mi nombre completo o quizás algún mail para enviarnos el temario. “¿De qué lado besas?”. Sólo atiné a desplegar una risita nerviosa. “Es una pregunta curiosa”, dije al fin.