30.12.11

8.11.11

Afrodita en bronce se agacha para quitarse la sandalia

En veinte minutos se espera que un asteroide como el que cayó en Yucatán hace un montón de tiempo y extinguió a los dinosaurios pase muy cerca de la Tierra. Nadie ha comentado nada, los muros del Facebook están al tope con estados hipermodernos de quiero un café, nada me llena más que tú, tengo los huesos cansados, soñé que era una mujer; las oficinas exhalan los alientos oxidados de varios trabajadores que hoy no salieron a comer; las madres en sus casas pasean el índice por los marcos de la foto familiar. Me pregunto si, incluso, yo misma terminaré de escribir este texto o la explosión universal volará mis letras en millones de esquirlas. Sería hermoso que al estallar cada una despidiera el sonido de la letra que le corresponde. La mejor forma de terminar con el mundo sería con un concierto atonal de grafías por los aires. Tal vez no suene como los violines del Titanic, pero por lo menos tendremos la certeza de que lo que alguna vez dijimos se reintegrará a las moléculas del universo. Así cuando, el mundo vuelva a serlo, la puntita de los pastos, y las membranas de las gotas de agua llevarían en sus filamentos el recuerdo de la asombrosa especie que fuimos. Nos sobran seis minutos de vida y nadie hace nada. Yo prometí llamarle a madre y padre tras el paso del cometa.

5.4.11

Las dos heridas del cosmos

¡Oh!
Le preocupaba el comportamiento de sus plantas. Aún más que el de su padre, ese viejo sordo de humor amarillo, preocupado por los ruidos del refrigerador. Los ronroneos del aparato le permitían conocer el estado de conservación de los alimentos. Si el motor lo hacía más de cinco veces en una tarde, indicaba que los lácteos se echarían a perder. Menos, le garantizaba una ensalada fresca de desayuno. Mitología casera, la llamaban. Ese intento de explicarse los objetos, el mundo externo, con las sensaciones del interior.


Era probable que su padre estuviera perdiendo la razón, pero ella se consideraba más bien una animista, creía en la existencia de espíritus que animaban todas las partes del universo.


Marisa había llevado lejos su preocupación por las plantas. La biblioteca donde trabajaba como archivadora parecía invernadero encapsulado, y su cubículo, el de un botánico imprudente. Listones de hierba color menta habitaban ya los marcos de la puerta y un archivero alojaba en sus cajones joviales helechos de Japón.


Por fin en la entrada de la reserva, le pareció impreciso que un monitoreo de aves se realizara dentro de un salón. Superó su marca de la última vez al llegar ahora con media hora de retraso. No estaba dispuesta a confesar la causa. Si acaso, diría que la demora es su nuevo síndrome. Pensó que si la clase consistía en observar pájaros en diapositiva no tenía nada qué hacer ahí. A buena hora se le había ocurrido inscribirse en una sesión de avistamiento aéreo. Sus plantas necesitaban sus cuidados, agua en gotas, luz natural. Sintió alivio por aquellas que tenía en la biblioteca; la veladora había aceptado hacerse cargo los fines de semana. Después de todo, debía ser más emocionante convivir con otros seres vivos que ver el atardecer adentro de un cubo de vigilancia. Pero las que aún conservaba en casa, no tenían la misma suerte cuando Marisa asistía a cursos sobre la inutilidad.


Abrió la puerta y la madera tronó como anunciando su llegada, tarde. Sólo quedaba un lugar en la última fila, al lado de un hombre con bermudas de grandes bolsas a los costados. Su apariencia de explorador traído a la ciudad la intimidó un poco.


—Los está mostrando —le dijo el muchacho de bermudas, y, ahora lo notaba, barba pelirroja.


—¿Cómo? —contestó ella, dudando de lo que había escuchado.


El instructor de la clase parecía poner demasiada atención en el retardo de Marisa. Sintió como si un una línea de hormigas caminaran por el borde de sus piernas, resbalando. Sudaba. No quería inventar otro pretexto para justificar su demora, así que guardó silencio y le acercó al muchacho de bermudas su cuaderno y un lápiz.


Se llamaba Fausto. Cómo era posible que aún se acostumbrara el papelito con el nombre en el pecho para identificarse en una práctica para adultos como lo era ver aves. La clase teórica terminó pronto. Cerró la libreta y apenas distinguió una carita feliz en la hoja. Salieron en fila al descampado. Uno por uno, la puerta era angosta.


El campo abierto parecía la cuadrícula de un cuaderno pintado de verde. Había redes por todos lados. Los pájaros confunden esos cuadriláteros con la forma de su nido y caen voluntariamente en la trampa. El instructor hacía movimientos con las manos para indicar la forma de agarrar al animalillo. Había que sujetarlo de las patas con el pulgar y el índice, mientras que el dedo medio servía como respaldo.


Uno amarillo de pico negro cayó en la red, Marisa no soportó verlo en batalla. Se batía con sus alas para zafarse. Decidió entonces que no participaría en la tarea de capturarlos, sino hasta que ya posaran libres entre las falanges del ornitólogo. Dijo que hojearía el catálogo de especies para identificarlas mejor. Fausto la detuvo, alegando que no podría oír su gorjeo original porque sólo lo emiten mientras están atrapados. Puro instinto de supervivencia. De modo que si quería conocer el silbido más auténtico debía quedarse. En cautiverio, estos animales han desarrollado mejores cualidades vocales que en libertad.


Pero a Marisa se le resbalaban. No apretaba lo suficiente porque no podía quitarse la imagen de sus huesos del grosor de un mondadientes. Cuando Fausto detuvo uno negro con pecho azul, le pidió a ella que lo retuviera porque quería tomarle unas fotos. Se sintió tan tensa como cuando jugaba en el colegio a pasar con la boca un huevo crudo a la boca de alguien más sin romperlo. El pajarillo se movía al vaivén de su pulso. Fausto enfocó casi con rapidez, pero no disparaba, puso entonces la cámara en vertical, luego otra vez en horizontal. A punto de rendirse, Marisa, fijó su atención en él y en su deseo de capturar esa diminuta vida que elevaba alas sin poder volar. Sintió que aquel muchacho no seleccionaba una parte de la realidad sino toda la realidad completa. Y cuando alguien elige algo así, debe pensarse dos veces si lo hará en una toma apaisada o vertical. De tanto esperar, el ave lanzó un pio de vida. No quería morir apresado entre los dedos de aquella mujer. Su instinto lo alertó y contrajo las patas para escapar.


—¿Por qué llegaste tarde? —le preguntó Fausto, mientras pasaba las fotografías en la pantalla de su cámara.


—No me perdí mucho —dijo ella, sin mirarlo.


—¿Sabías que los flamencos pueden cazar peces gracias a sus patas largas?


—No —lo miró con una mueca.


—Te lo perdiste.


De regreso al salón, Marisa guardó la guía con las especificaciones del tamaño de las alas de las aves. Comenzaba a sentirse molesta como cada vez que hacía algo que no le serviría para nada. ¿Por qué no había hombres que se enamoraran de una mujer que tiene un padre que se deprime porque está sordo, de una mujer que le ha devuelto la sonrisa a la vigilante de una biblioteca con el acto simple de regar plantas, de una mujer que se capacita para identificar el canto de los pájaros. Ojalá saber el color del plumaje del ave más común en los parques de la ciudad fuera útil para invitar a un muchacho a hacer el amor. Pero nada de eso sirve porque para que una chica y un chico se vayan al cuarto de algún hotel basta un mensaje de celular y no, andarse con distractores como compartir la angustia de saber que hay loros en Nueva Zelanda que han perdido la facultad para volar.


—¿Por qué me dibujaste una sonrisa si ni me conocías? —abordó Marisa a Fausto, las palabras de la emoción se le adelantaban siempre a las del pensamiento.


—Te vi medio amargadita —movió las manos como los fantasmas de su infancia.


—Llegué tarde porque tengo un papá que se enoja con su refrigerador.


—¿Y eso qué?


—Pues yo tengo varias macetas con plantas que atender. Viene de familia.


—¿Traes coche? —abrió la puerta del suyo. Ella lo había seguido todo el tiempo.


—No, me gusta caminar.


—No te culpo, hoy hace un atardecer perfecto para festejar la vida —dio un portazo y encendió el motor.


Marisa ladeó la cabeza y dijo adiós con la mano. Sintió como si, de pronto, entre ese hombre y ella se hubiera abierto la calle, dejándolos a cada cual en su propia acera, separados por la fractura de una parte del universo. Y en cierta forma así era. Él practicaba canotaje y asistía a competencias por el mundo, tenía un despacho de arquitectos, una linda hija y un doberman. Abrió el cuaderno en la hoja signada por la sonrisa de Fausto y notó algo que no había advertido antes: su número telefónico. El detalle a mano sobre el papel había robado su atención y le impidió darse cuenta de que aquel hombre prácticamente la estaba invitando a salir. Pronto comenzó a sentirse culpable, quizás él se había sentido rechazado, ofendido, como ella, que sólo había tenido para él palabras, recriminando su dibujo. La imagen de sus plantas le pareció ridícula. Pero apretó el paso porque era hora de regarlas, incluso sintió temor. Y si morían.


Llegó a casa y cruzó el pasillo casi sin reparar en el aroma de la estancia. Frente a sus macetas, se quedó parada unos segundos. La muerte olía a capullos. Quiso gritar para acallar los gritos de su padre en la cocina, que tiraba a la basura comida podrida. Había perdido el tiempo. Y nada había salido bien. Corrió a su cuarto, no podría soportar que la campanita hubiera tenida el mismo destino de las otras. Pero al encender la luz, la flor estaba aún húmeda, como si la hubiera acabado de regar. Cogió los restos vegetales de las otras macetas y los tiró en el mismo bote donde su padre se deshizo del alimento. Esas plantas habían vivido con ella desde la primera vez que le rompieron el corazón. Una extraña quietud la invadió.

2.4.11

Poeta sin par

Turín, 17 de abril de 1950


No tengo más aliento para escribir poesía. Las poesías llegaron contigo y se fueron contigo. He escrito ésta hace algunas tardes, durante largas horas mientras esperaba, vacilante, poder llamarte. Perdóname la triteza, pero también contigo estaba triste. Observa que he comenzado con una poesía en inglés y la termino con otra cosa. En eso cabe toda la apertura que he experimentado en estos meses: el horror y la maravilla. Querídísima, no tomes a mal que siempre esté hablando de sentimientos que tú no puedes compartir. Por lo menos puedes comprenderlo. Quiero que sepas que te agradezco con toda el alma. Los pocos días de maravilla que he arrancado de tu vida eran casi demasiado para mí; bueno, ya pasaron, ahora comienza el horror, el horror desnudo y estoy preparado para afrontarlo. La puerta de la prisión ha vuelto a cerrarse con estrépito. Querídísima, no volverás nunca a mí, inclusive si regresas a Italia. Ambos tenemos determinadas cosas que hacer en la vida que tornan improbable que podamos encontrarnos de nuevo, excepto si nos casáramos, cosa que he anhelado desesperadamente. Pero la felicidad es algo que se llama Joe, Harry o Johnny; no Cesare. ¿Me creerás si te digo -ahora que no puedes tener sospechas de que estoy recitando para coaccionarte de alguna manera- que esta noche he llorado como una criatura pensando en mi suerte -y en la tuya- pobre mujer, fuerte, hábil, desesperada en la lucha por la vida? Si he dicho o hecho alguna vez cosas que no podías aprobarme, perdóname. Yo te perdono todo este dolor que me carcome el corazón, sí, te aseguro, le doy la bienvenida. Este dolor eres tú, la verdadera maravilla y el verdadero horror de ti. Rostro de primavera, adiós. Te deseo éxito en tus días y un matrimonio feliz, sí. Rostro de primavera, he amado todo de ti, no sólo tu belleza, lo cual sería demasiado fácil, sino tu fealdad, tus momentos desagradables, tu tache noir, tu rostro hermético. No te olvides de eso.

Cesare

De Cesare Pavese a Constance Domis.

31.3.11

Check out

Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y de carne, y, a la abstracción vacía, prefiero, con mucho, una reflexión que proceda de un arrebato sensual o un desmoronamiento nervioso. Los seres humanos no han comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada, y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil, que una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa.
Sur les cimes du deséspoir. Cioran


Ayer me quedé horas extra a trabajar. En otro momento de la vida me habría resultado un fastidio, una pérdida. Menos tiempo para practicar con la jarana el nuevo son "El butaquito", menos espacio para sonreir al lado de mi novio, conmoviéndonos de los otros, esos que siempre preguntan por el nuevo proyecto, por el éxito. Para comer algún nuevo estímulo de sabor, a veces, francés, italiano, japonés, en dos ocasiones, cubano. Pocas horas para leerle a mi madre en voz alta algún capítulo de Coetzee, ambas recostadas en los sillones mango de la sala. Poco a poco, partieron. Primero lo hizo Carmen, con sus suecos color lila tan aptos para estos días de calor, tan bonitos (creo que se lo he dicho un par de veces). Luego Andrea, una noble chica que escribe sobre el arte de interpretar sobre el escenario. No puedo recordar si después salió Noé, experto en cine, o Bruno, mi rocker editor ensayista. Es probable que no pueda saberlo con precisión porque me distraje, pero me resulta muy contemporáneo no saber en qué lo hice. Hoy preferirimos el instante a lo perdurable, "la abstracción vacía" que el "pensamiento que conserva una sabor de sangre y carne", diría Cioran. Porque para que una entidad conserve, implica tiempo, proceso, "entusiasmo profundo". Jonathan, un chico feliz, se colgó la maleta del gym y se fue. "Quisiera hacer ejercicio", pensé. Miré el relojito de la computadora: 8:30 PM. Era tarde. "Necesito un gimnasio que cierre noche", añadí a mis pensamientos. Nos quedamos el diseñador y yo. Desde su máquina cantaba Saúl Hernández. Vuelvo a dudar, en este momento, si me preguntó por mi canción preferida. De todos modos, tarareé "nadarás a fin de siglo en tu pecera". Cuando sonó el último estribillo ya no había nadie a mi alrededor. No es que Leonel se hubiera ido sin avisar, sino que dijo adiós se fue y yo seguí cantando. Me parecía una mejor idea seguir frente a la computadora eternamente. No quería dormir, porque si duermo olvido la soledad y despertar es volver a lo mismo. No quería ver a mis padres. El último periodo que lloré a diario, mamá dijo que no volvería a arroparme el llanto. No quería entrar a mi cuarto, me trae demasiados recuerdos. Cuando lo hice, padre y madre me miraron sin luz y dijeron que la vida seguía. Life goes on. Y les creí.




30.3.11

"Desde ahora seré yo quien te lleve a casa"

Los celos pueden ser un sentimiento más, si se expresan con belleza y no a gritos.
Esta es mi meta.

Marima
10.02.72

Mi señora
Sigo sin noticias suyas, lo cual, sinceramente, me sorprende: con certeza, estoy malacostumbrado. Al escribirme antes una carta al día me malacostumbró con mimos. De modo que refunfuño, despechado, por su escasa actividad epistolar actual. ¿Desinterés? ¿Falta de tiempo? ¿Ambas juntas? ¿O ni una ni otra y sólo retraso habitual del correo? Perturbador misterio. Espero que su próximo aerograma esclarezca luminosamente esta cuestión. Hasta entonces me quedaré sentado a la puerta del cuartel mirándome el ombligo, haciendo conjeturas. Misoginamente.
                                                                                                             Antonio Lobo Antunes


26.10.51

Adorada, no sabes qué furia tuve cuando el mismo día que llegamos te llamo y no contestas. Era tarde y me desaté contra ti con tales cosas que D. se ofendió. Le dije estoy cansado de traiciones, esta es la verdadera M, que se ha pasado con su amiguito por la Costa Azul y que nos olvida.  He pasado desesperado estos días, nervioso y colérico, tanto que hablé a Ivette para que fuera a Paris y averiguara todo. Piensa tú qué alegría, hoy sé que habías llegado. En todo caso te has descuidado. Ya tendrás a esta hora cuanto te he mandado, escribe que has comprado algo chino para que no causes sorpresa, en cuanto a las cartas contesta cada una por su vía. No dejes de hacerlo sobre tus amigos de viaje. Quiero saberlo todo, y o averiguaré en todo caso. 
                                                                                                          Pablo Neruda



27.3.11

Myself

¿Qué máscara nos ponemos cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?
Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas


Querías ir a un concierto de tu banda preferida. Lo olvidaste y nadie te lo recordó. Estás sola. Tienes 336 amigos en Facebook, pero en tu muro sólo escriben las carteleras del próximo brindis sin remitente. Estás sola. Te ausentaste dos días del trabajo y cuando volviste el único que recordó tu falta fue recursos humanos para descontártela del sueldo. Estás sola. Miras tu historial de llamadas en el teléfono y la lista cuenta 46 realizadas, 7 recibidas. Estás sola. Invitaste a salir a un amigo y minutos antes de verse te canceló con la excusa de que cenaría en casa de sus padres. Estás sola. Desde hace un lustro, las llamadas que recibes en tu casa provienen del banco, el seguro del coche, la encuesta política reciente, una estafa, los nuevos predicadores de Jehová. Estás sola. Siempre encuentras lugar en el cine, en la butaca intermedia entre una pareja de novios y un grupo de amigos que hacen todo juntos. Estás sola. Compraste algunos regalos durante tu último viaje y todavía están apilados sobre el tocador, cubriéndose de polvo. Estás sola. No puedes pedir al mesero una pizza porque el tamaño es por lo menos para alimentar a dos o tres, cuatro, cinco, seis. Estás sola. Dormiste un domingo hasta las dos de la tarde entre el más laborioso de los silencios, tan sólo cuchicheaban las aves. Estás sola. Caíste una mañana de las escaleras y por fin alguien te sacó en brazos porque un compañero de trabajo llamó y, tras pedir el teléfono de algun cliente, te preguntó si necesitabas ayuda. Estás sola. Haces el amor con el guardia de seguridad de una empresa cuando tienes la suerte de que no está con su esposa. Estás sola. Cantas por las noches mientras tocas la jarana y el único ser que te escucha, el vecino, golpea las paredes para que te calles. Estás sola. Dejaste a todos en su casa tras la fiesta y ninguno preguntó cómo habías llegado a la tuya. Estás sola. Tus padres te preguntan cada vez que los visitas qué carrera estudiaste. Eres más popular entre la gente que no te conoce, pero alguna vez ha leído lo que escribes, que con aquella con la que convives a diario. Estás sola. Dicen que cuando compartes tus emociones con alguien son más duraderas, de otro modo, se olvidan, caen en desuso en el cuarto sucio de trebejos del corazón. Y todo se llena de blanco, hasta que un nuevo sentimiento vuelve y lo habita. Citaste de memoria al cruzar la calle: "siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en él algo trágico, quizá hasta de sagrado, y a la vez horrendo y vergonzoso...Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro porque muestra el alma sin defensa". Te tienes.

24.2.11

Chile

Alexander McQueen antes de ahorcarse

¿Conoceré a Alejandro Zambra?, me veo en sueños, preguntándole a la bola mágica de una quiromántica veinteañera con jeans de Alexander McQueen. ¿Cómo lo sé? El dobladillo de la mezclilla tiene grabado sus iniciales y la calavera. Llevaba un par de días, despertando de este sueño sin obtener una respuesta. Y creía que su recurrencia era parte de un juego malévolo del trasiego inconsciente debido a que a última fechas había dicho su nombre unas treinte veces en distintos momentos. Entonces conocí a Maura. Ella tiene mi edad y vive desde hace dos años en la colonia Álamos. Es chilena. En realidad, ya la conocía. Quiero decir, indirectamente, cuando agregué a mis redes sociales el contacto del Encuentro de Escritores Chilenos, por ahí de marzo pasado. Era la organizadora.

11.2.11

¿Qué estás pensando?


Un buen amigo decía, tiempo ha, que los nicks del mensajero se convertirían muy pronto en piezas de arte. Ahora yo le agrego que los estados del caralibro, también. Tal vez ninguno sea un artista, pero aún nos esforzamos. Y esto que viene a continuación no creo que sea una obra de arte ni por tantito pero bueno. Van mis últimos ¿quéestáspensandos?


quería construirle un edificio y él sólo quería una casa.

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la vida virtual es como un diamante fake.

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A Clara Virgen le gusta esto..


Amo, en verdad, cómo suena Bratislava.

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Este sábado, en la herrería del Museo del Objeto del Objeto (Colima 145, Roma), las parejas de enamorados podrán colgar un candado con sus iniciales, depositar la llave en un antiguo buzón de hierro forjado y sellar su amor con un beso, como se hace en algunas ciudades europeas, inspirados el el libro Tengo ganas de ti, de Federico Moccia.

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las cartas de amor no entregadas.
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A Jair Cortés, Edén Coronado y Eunice Alina les gusta esto..


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De lo cual se puede deducir que a Clara Virgen le gustan muchos mis estados y el más popular ha sido el de las cartas de amor con 19 comentarios.
La enseñanza del día: Debo organizar ya pero ya mi taller de cartas de amor. Hay quorum.

10.2.11

Pues la verdad


Coccinella Septempuctata in copula

...hacemos el amor y siempre nos decimos cuán terrible ha sido estar lejos.
Es mi amante biográfico.

9.2.11

Número telefónico



Él es mi Julien. Ese hombre de voz dulce y pausada. Aquel que nunca llama, pero cuando lo hace, lo hace oportunamente. No hay casualidades. Las cosas ocurren en este lado del universo por una razón interestelar, difícil de explicar. Esa tarde me encaminaba a comprar una dona glaseada (costumbre heredada de la oficina, donde se solía comer en un lado y disfrutar el postre en otro), cuando sentí pletóricas ganas de hablar con Gerardo. Tenía tiempo que no lo veía, se había embarcado en un proyecto literario que apenas le dejaba tiempo para interactuar con los demás. Cuando me dijo que se iba de viaje, me quedé callada. En otros tiempos, habría llorado al teléfono, rogándole que no se fuera, que lo acompañaba. Pero esa tarde alguien cambió. Gerargo colgó, como siempre. Yo seguí caminando hacia la pastelería y apenas se interrumpió la comunicación, Julien llamó. Seguramente quería contarme algo, pero no lo hizo. Me cedió el lugar para hablar. Estoy celosa, le dije, ya no puedo más. Y me contó un chiste.

8.2.11

Lápices en el congelador

"La rebeldía metafísica es el movimiento por el cual un hombre se alza contra su situación y la creación entera", leyó en francés alto, Julien, cuya figura parecía la de un pensador mediterráneo de paso abrupto y sostenido. No dejaba de caminar por la estancia que, a esas horas, se anaranjaba de atardecer. Ahí estábamos otra vez, como siempre, atravesados por la punta de una sola lanza que se prolonga años y ciudades. Juntos, pero nunca lo suficiente para enrarecer nuestro espacio, ese que compartíamos cada vez que él quería. Porque así era. De Julien no podía esperarse nunca una llamada de teléfono cotidiana, un mensaje instantáneo por celular, una carta. Pero no importaba, porque cuando ocurría que los hilos de su existencia se entrelazaban con la coda de mis melodías hacia él, podíamos hacer un ensamble fugado del tiempo. No había lugar para el hastío, ni los proyectiles de un amor cansado de tanto pelear, y que sigue, necio. No era que lo amaba, ni siquiera sé si me interesaban genuinamente sus días. Pero no podía deshacerme de sus teorías, del psicoanálisis, de los pulpos. Ahora mismo que leía el capítulo 13 de El hombre rebelde y marcaba en español las frases que le interesaban y que compartía. "Camus se cortaba el pelo sólo los días impares", "¿Cómo?". "Lunes, miércoles, viernes y domingos", "¿Por?", "Establecía las reglas de su propio universo". Cuántas veces no memoricé la construcción de sus teorías. Como aquella de las determinantes, la cual propone que según la ubicación del individuo en el cosmos serán sus deseos y necesidades, casi siempre opuestos a los que están a la mano. Vaya contradicción esa de transcurrir en el lugar equivocado. Sería mejor transitar por lo que nunca será. Yo llevaba ese día el libro de Ortega y Gasset que mi noviecito de entonces me había regalado, Estudios sobre el amor. Interesante estudio sobre las razones del amor y la poca atracción que los genios ejercen entre las mujeres. En todo caso, recordaba con amplia sonrisa el análisis que hacía de Stendhal: "el hombre que enamoraba a las mujeres con su encanto y atractivo y luego las abandonaba". Julien y yo nos habíamos citado, por primera vez, en su casa, con la misión de leer en voz alta fragmentos de algún libro. Así eran nuestras citas, en apariencia inofensivas, sin grandes intenciones. Siempre distintas. Teníamos prohibido invitarnos tan sólo a tomar un café o algún vino. Una ocasión sugerí que dedicáramos la sesión a remendar nuestra ropa y terminamos haciendo un maratón de películas nominadas al Óscar. En esta, la que en esos momentos comenzaba a desdibujarse, descubrí que alojaba un lápiz en el refrigerador. Y lo único que hizo fue señalarme con sus ojos grises a una esquina de la pared blanca: Mientras haya un lápiz en la nevera, todo estará bien, decía un pegote.

Antes de la comida


Se dice sobre los hombres que se ocupan de los rayos cósmicos, longitudes de onda, las radiaciones de luz, de la energía explosiva de los gases de las estrellas, viven en un mundo –macrocósmico y microcósmico a la vez– que les sorbe la vida. Nada para ellos como un cuerpo celeste. Ver el cielo los inmuniza contra el apego a la tierra y la astrofísica los aleja a cien mil años luz de la vida cotidiana y los pesares del vulgo entregado a tareas comunes y corrientes.

31.1.11

Ay, dulce esperanza


De cuando tenía el cabello largo casi como Rapunzel
Él también es mi hombre favorito. Porque siempre que estoy a punto de salirme de un trabajo con el pretexto de que no me deja tiempo para escribir mucho menos para leer, llega con un nuevo descubrimiento, y me hace creer, once again, que, junto a él, nunca podré estar lejos de las letras, los puntos y las comas. Porque se permite hacer un picnic de postres cercado por las paredes de un importante y gran hotel, a la luz del foco blanco de una pequeña mesa, desde la que suenan las canciones que ambos hemos pedido para nuestro respectivo funeral. Porque podemos huir de reuniones familiares de puntitas y con una carcajada. Es mi hombre preferido porque sabe lo que me gusta y lo que no con una mueca o el deletreo apenas audible de mi voz. Ha sabido cómo hacerme sonreir un lustro y aunque no le vendría mal un poquito más de tacto, su abrazo es tan amplio como para resguardarme de la maldad de todo el universo. Porque ha aprendido a burlar los peligros de la calle con un cigarro en la boca, paso seguro y algunas palabras de reconocimiento hacia el presunto enemigo. Como en el arte, me dice lo mismo que todos pero busca siempre una forma nueva, suya. Porque sus manos son el mejor molde para mis senos pequeños. Y su aliento tiene notas de eucalipto y jazmín.   

27.1.11

You dream it, we'll bake it


Si alguna vez tuviera que engañar a mi novio; si no me quedara otra opción habitable en un mundo donde la infidelidad se volvió condición de vida (recuerdo algún cuentito de Enrique Serna sobre una población obligada a cubrir una cuota de orgasmos por día), pasaría el resto de mis días al lado de este hombre: el chef Duff Goldman. Pachoncito, con barba, ojos adormilados, cejas pobladas y un don para convertir el azucar glass y la crema pastelera en una escultura a la brava. Sopletes, lijadoras y sierras mecánicas no son herramientas usuales del negocio de un pastelero, pero, Duff  no es cualquier cocinero. Ha cambiado las cucharas y la batidora por aparatos eléctricos de alta potencia para dejar a punto de turrón las claras de huevo. Una dulce caricia de la violencia cubierta de chocolate. ¿Qué más puedo pedir?
El espíritu sin límites de este muchacho lo convierte en uno de los artesanos culinarios más innovadores de la industria, hacedor por excelencia de piezas de arte comestibles. Un bocado imperdible Es dueño de Charm City Cakes en Baltimore, hermosa pastelería que abre previa cita, donde trabaja con otras once personas que hacen pasteles, escuchan música y comen mucho mucho sushi.

almond


almond amaretto cream


apples and cinnamon


banana caramel


bananas foster


beurre noisette


black forest


blackberry sourcream


blueberry muffin


brownie


butterscotch walnut


cardamom and pistachio


carrot


cherry and almond


chocolate


chocolate cherry


chocolate chip muffin


chocolate espresso


chocolate mint


chocolate orange


chocolate raspberry


curry caramel


dulce de leche


egg nog


ginger and green tea


italian orange and vanilla


lemon


lemon curd and berries


lemon poppyseed


marble


mudslide


orange and ginger


peaches and cream


peanut butter and jelly


peanut butter cup


pear compote and ginger


pear spice


pecan pie


pineapple coconut


pumpkin and cinnamon


pumpkin chocolate chip


red velvet


smores


strawberry shortcake


tiramisu


white


white chocolate raspberry


yellow


yellow buttercream


Estos son algunos de los sabores de sus panes y costras, y yo me pregunto a qué sabe el pastel de terciopelo rojo, el de marmol. Imagino a Duff mientras diseña uno en forma de flamingo y explica la dificultad de balancear la tarta en las largas y delgadas patas del rosita animal.
Toca el bajo en la banda so I had to?

24.1.11

Niñez

                                                  Jorge Telleache
La calle estaba sola. Había anochecido temprano; serían las cabañuelas. Sus figuras eran dos espantapájaros en la noche, cuando ya no hay aves que asustar. Malva supuso que pedían dinero. ¿Esperan a alguien?, pregunto, pero no pudo terminar de entonar cuando vio que ambos niños lloraban. La oscuridad vuelve maduras las siluetas de los niños. ¿Por que lloran?, volvió a preguntar. El mayor, de unos 20, balbució que los que vendían discos en el metro les habían quitado su dinero y ahora no tenían cómo regresar al pueblo. Malva solo llevaba un billete de 50 pesos. ¿Cuánto necesitan? El más pequeño aún sollozaba. 180, contesto el otro. Se acercó Mauricio tras estacionar el coche con los faros parpadeando. Les dieron el doble y los muchachos se echaron a correr. Si no se apuran ya no alcanzan transporte, pensó Malva sin decir nada a su esposo. Por la noche, en la cama, Mauricio cuestionó el comportamiento de su mujer. Ella se molestó y le pidió que no se atreviera a criticar su caridad. Pero eran los hijos de la señora Paula. Los reconocí, ¿por qué crees que se echaron a correr? Malva se acostó en silencio, sin saber ya si estaba enojada. Por la mañana, salió con el pretexto de ir al gimnasio pero se dirigió a la casa de su vecina. Llamo a la puerta; nadie contesto. Un canalillo de sangre seca decoraba el tapete de bienvenidos. Recordó. Aquella mujer había salido huyendo de sus hijos que le hirieron las manos con unas tijeras. La sangre de las manos es muy roja. Se jubiló, se cambió de casa y nada más se supo de ella. No está muerta. Por eso los niños esos lloraban.

13.1.11

Fear for tears

                   Pequeños dilemas sucediendo en mi interior / Foto: Elisa Malo