19.11.09

Transmitiendo en vivo desde la bella Oaxaca

La luz naranja de la habitación reflejó mi rostro en el espejo. Después de un día en el pueblo de los animales fantásticos, entré al cuarto y sentí una cobija de calor en el cuerpo. El sol de la tarde se había quedado a jugar entre las cuatro paredes. La noche era fría. Recordé su risa como serpentina de colores. No supe su nombre; lo inventé. Se llamaría Mario. Mario tenía la edad de mi sobrino, siete. Por su tamaño parecía de cuatro. "Perdí todos mis suéteres", me respondió mientras chupaba una paleta redonda. Recordé su risa como serpentina de colores al ver la obra de teatro en el centro del pueblo, una sobre unos pinches chamacos que andan por la ciudad con una pistola cargada. "Hace frío", le había preguntado.

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