31.3.11

Check out

Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y de carne, y, a la abstracción vacía, prefiero, con mucho, una reflexión que proceda de un arrebato sensual o un desmoronamiento nervioso. Los seres humanos no han comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada, y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil, que una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa.
Sur les cimes du deséspoir. Cioran


Ayer me quedé horas extra a trabajar. En otro momento de la vida me habría resultado un fastidio, una pérdida. Menos tiempo para practicar con la jarana el nuevo son "El butaquito", menos espacio para sonreir al lado de mi novio, conmoviéndonos de los otros, esos que siempre preguntan por el nuevo proyecto, por el éxito. Para comer algún nuevo estímulo de sabor, a veces, francés, italiano, japonés, en dos ocasiones, cubano. Pocas horas para leerle a mi madre en voz alta algún capítulo de Coetzee, ambas recostadas en los sillones mango de la sala. Poco a poco, partieron. Primero lo hizo Carmen, con sus suecos color lila tan aptos para estos días de calor, tan bonitos (creo que se lo he dicho un par de veces). Luego Andrea, una noble chica que escribe sobre el arte de interpretar sobre el escenario. No puedo recordar si después salió Noé, experto en cine, o Bruno, mi rocker editor ensayista. Es probable que no pueda saberlo con precisión porque me distraje, pero me resulta muy contemporáneo no saber en qué lo hice. Hoy preferirimos el instante a lo perdurable, "la abstracción vacía" que el "pensamiento que conserva una sabor de sangre y carne", diría Cioran. Porque para que una entidad conserve, implica tiempo, proceso, "entusiasmo profundo". Jonathan, un chico feliz, se colgó la maleta del gym y se fue. "Quisiera hacer ejercicio", pensé. Miré el relojito de la computadora: 8:30 PM. Era tarde. "Necesito un gimnasio que cierre noche", añadí a mis pensamientos. Nos quedamos el diseñador y yo. Desde su máquina cantaba Saúl Hernández. Vuelvo a dudar, en este momento, si me preguntó por mi canción preferida. De todos modos, tarareé "nadarás a fin de siglo en tu pecera". Cuando sonó el último estribillo ya no había nadie a mi alrededor. No es que Leonel se hubiera ido sin avisar, sino que dijo adiós se fue y yo seguí cantando. Me parecía una mejor idea seguir frente a la computadora eternamente. No quería dormir, porque si duermo olvido la soledad y despertar es volver a lo mismo. No quería ver a mis padres. El último periodo que lloré a diario, mamá dijo que no volvería a arroparme el llanto. No quería entrar a mi cuarto, me trae demasiados recuerdos. Cuando lo hice, padre y madre me miraron sin luz y dijeron que la vida seguía. Life goes on. Y les creí.




No hay comentarios: