19.2.10

Días de sol

Para Alejandro Carrillo y su barba

Hoy es uno de esos días de sol que Farzana, la esposa de mi hermano, aborrece. Es celadora de un hospital en Kabul, donde se queda unas siete horas encerrada en un pequeño cuarto desde donde autoriza la entrada al personal, envuelta en siete kilos de tela. He estado nervioso últimamente y cuando me siento así escucho ruidos extraños.
         Mientras Farzana me prepara un pulao, escucho su voz desde la cocina. Me gustaría estar más cerca, me resulta difícil entender todo lo que me dice, pero no se puede. No está permitido. Siempre que llega a la casa, se quita la burka y permanece unos minutos dándole vueltas al ventilador con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Ningún hombre que no sea su esposo puede verla en ese estado. Pero yo sé que hoy se puso un vestido verde a la altura de las rodillas.
          No recuerdo el rostro de una mujer que no sea el de mi hermana o mi madre. ¿Cómo será el de Farzana? A través del enmallado sus ojos parecen brillantes verdes. Pasha elogia con frecuencia las artes que lo enamoran de su mujer.
          Dice Farzana que hoy se cayó cuando regresaba. Y yo le digo que la culpa la tiene el velo que limita su visión lateral. Sería mejor que caminara acompañada, con alguna amiga. Oigo ruidos tenues, como si alguien quisiera abrir la chapa de la puerta y no pudiera.
          La mujer de mi hermano aparece frente a mí con el plato de arroz y zanahorias. En un movimiento brusco intento voltearme lo más rápido posible. Ni siquiera trae un chador que la cubra. De espaldas a Farzana, escucho la porcelana del plato chocar contra la madera gruesa del tocador. Pido disculpas y busco a tientas la manija de la puerta para salir de la habitación y darle tiempo a que se vista. Es la primera vez que esto ocurre en el mes que llevo aquí, en la casa de mi hermano. No quisiera que él pensara que vine a su casa para ver a su esposa. Sería una desgracia.
         Aliviado, me meto al baño y cierro con seguro la puerta. ¿Para que ella no entre o para que yo no salga? En el espejo miro los rasgos que me hacen parecido a Pasha. Las cejas abultadas y los ojos redondos podrían delatar nuestra consanguinidad.
         Farzana toca con delicadeza, avisando que la comida se enfriará. Es hermosa. Al abrir, ya tiene la red en los ojos y el cuerpo enmantado de negro. Me acompaña a la mesa. Ella no puede comer sino hasta que llegue Pasha. Se sienta a mi lado. Huele a azafrán. Mientras mastico las zanahorias el tono de su voz se hace dulce. Comienzo a odiarla por eso. Ahora no podré olvidarme de sus labios rosas y su mentón pequeño. Dice que cada vez le cansa más caminar con el burka puesto. Ejerce una fuerte presión sobre su cabeza. Escucho pasos.
       Termino el último bocado del arroz y me levanto de la mesa. Farzana se queda en la cocina lavando los trastes. Me desvisto y me preparo para el rezo vespertino. Con la manta negra sobre el cuerpo me arrodillo en el cuarto de oración. Doy gracias a Alá. Mmmma, mmmma. Una risita interrumpe el rito. Farzana me observa desde la puerta. Se ha puesto un burka de seda azul. Doy gracias a Alá y me incorporo frente a ella. Mi hermano no tarda en llegar. ¿Qué hora es?
        Mientras le desabrocho esa hermosa cárcel de tela, me dice que aprecia el tiempo que dedico a escucharla. Lo mismo que me dijo Pasha ayer al salir de la oración. Agradeció mi presencia en su casa porque Farzana había recobrado el buen humor. No le veo el cuerpo, no me atrevo. Concentro mi atención en penetrarla sobre la alfombra. Ella dice que ama a Pasha, que no es necesario recordar este momento, que sólo es un agradecimiento por escucharla.
         Unos pasos se aproximan. Deben ser los de Pasha. No puedo detenerme. Es adictivo el calor de la primera vez. Los pasos de Pasha se aproximan y yo no puedo detenerme. No sé si alucino porque Farzana no se percata de ellos, pero de inmediato me incorporo al vaivén de sus sollozos. Farzana está llorando. “Yo también deseaba esto”, le digo en un intento por detener su llanto. Ya no se escucha nada afuera. Y si Pasha está esperándonos. ¿Qué hora es? Mi hermano no tarda en llegar.
         Recostados sobre la alfombra, Farzana y yo nos miramos el cuerpo. El suyo tapiado de lunares, el mío no lo sé. Le comento que me pareció escuchar pasos mientras hacíamos el amor. Pero que no estaba seguro porque cuando me pongo nervioso… Ella se levanta como impulsada por una fuerza sobrenatural y repite mientras se encierra otra vez en el burka: nos va a matar. No le creo. Siempre ha sido muy cuidadosa. Seguro que esto lo ha hecho otras veces, con otros hombres. No dejaría que Pasha se diera cuenta.



3 comentarios:

Alejandro dijo...

Wow... no manches... que bonito... además todo transcurre en el tipo de lugares que me gusta ver... me encanta todo lo árabe (se nota, creo)... y además pude sentir como la tensión aumentaba conforme llegaba al final del texto... las frases me parecen precisas, engarzadas... ¡Felicidades y gracias!

Alejandro dijo...

Hey... ya lo volví a leer... me gustó mucho... me emocionó... me pus nervioso... felicidades de nuevo...

Diana Gutiérrez dijo...

Ale:
Es todo tuyo. ¡Me alegra que te haya gustado!
Nos vemos el lunes

Oye, ¿te publicarán tu poema?
Me lo tienes que contar todo ¡eh!