7.10.09

Fisonomía adulterada

La señorita química del laboratorio dice que tengo las venas muy delgadas. Espera unos segundos en silencio a que me vuelva hacia ella para confirmar el peso. Pero yo miro a la pared, inhalo, exhalo, inhalo, exhalo, medio sonrío, siento el diminuto calambre en la comisura del brazo, abro y cierro el puño con intermitencia. Debí desayunar, me reprocho. La señorita química del laboratorio extrae la aguja de mi piel palpitante. Miro la zona penetrada. Sangra. Punteo el agujerito rojo con algodón absorbente. Me pongo nerviosa. Los orificios perfectamente redondos me ponen nerviosa. Debí desayunar, me reprocho. La señorita química del laboratorio palpa la cara anterior de mi brazo izquierdo, acechando la vena. Recuerda que aún no abre una nueva jeringa. No querrá insertar la misma. Llama al joven químico para que la ayude a localizar una vena más rellenita. Y la ubica de inmediato. No tiene la apariencia de listón azul o verde bajo la epidermis, pero sí que sobresale como una bolita juguetona. Pincha. La sangre oscura drena. Vacío. Y el tubo de ensaye se tiñe de color. Puede sonar ridículo, pero me emociona enterarme, hasta ahora (siendo hija de dos médicos), cuál es mi grupo sanguíneo. Qué bonita palabra es “antígeno”. Quisiera ser O. Hoy me duelen ambos brazos cuando intento tocarme la cara; mañana, sabré los resultados.

2 comentarios:

La Cordero dijo...

Curioso, mi estimada Padawan. Mis venas son casi invisibles. Sufro de lo mismo. Tienen que picarme en ambos brazos. Y, al igual que usté, hija de ambos dos juntos padres médicos, me vine enterando de mi grupo sanguíneo hasta ya muy tarde. Qué bueno que no fuimos médicos.

Diana Gutiérrez dijo...

Demasiadas coincidencias, contigo, pues. Eso indica que nuestra amistad se prolongará por años y años. La quiero, mi gurú.
Besines.