29.1.10

Carne de armadillo

"Ellos se juntaban y apoyaban en esa humilde comprensión de plantas, de animales, de seres purificados por la desgracia. Sus vidas podían romperse juntas, pero no separarse"
Augusto Roa Bastos

Tengo prohibido hablarle del que será mi profesor del curso “Escritores inclasificables”. No se llevan bien. Voy a obedecerle. Ha sido tan gentil al regalarme la edición argentina de los Cuentos Completos de Roberto Arlt. Hace unos días me atreví a preguntarle dónde lo había conseguido y su respuesta fue que debía viajar. M insiste: el escritor debe vivir, experimentar, viajar. Voy a hacerle caso. Ya revisé algunas promociones de aerolíneas. A M le gusta la carne de armadillo y estuvo casado un tiempo con una rusa. Dice que le gusta “mi brillo”. Y eso me conmueve porque no me la creo. ¿Es posible que un escritor de su talla se fije en una mujer como yo? Al salir de la clase, una luminosísima sobre la obra del paraguayo Augusto Roa Bastos, me llamó a su oficina. Pensé que trataríamos los cambios de turno en la exposición. Onetti para dentro de 15 días. Pero lo único que hizo fue estirar la mano con el libro rosa de editorial Losada. “Si te preguntan diles que arreglamos cosas de fechas. Éste guárdatelo”, dijo rápidamente, con el ritmo inconfundible de su tono lapidario. Después en la cantina de los jueves se fue a sentar junto a nosotros. Conoce su autoridad. Voy a escucharlo. “¿Sigues con tu novio?”, preguntó. No. “Hoy te vas conmigo”, escribió en una servilleta con letra apenas legible. Creo que me reí muy fuerte. Mis amigos cuchicheaban y nos miraron curiosos. Él también sonrió y los ojos se le hicieron pequeños. Tiene 46 años. Le conté sobre los autores que vería en el curso: Antonio Porchia, Malcolm de Chazal, Felisberto Hernández, Clarice Lispector. Mala elección, sentenció. Con algunas cervezas en el corazón, salimos del bar, sin disimular nada. Por lo menos no revelaré su identidad. Él es el director. Mientras reíamos en el sillón de su casa, los mensajes de los amigos se acumulaban en la bandeja de entrada del celular. Recordamos el episodio del taxista en Bolivia, uno que lo esperó sospechosamente al salir de un cine para llevarlo de vuelta al hotel. Voy a seguirlo.

2 comentarios:

Ana Lucía M.M. dijo...

¡Ah?

Pi-fresas con crema chantilly y vino tinto dijo...

mmm...!