25.1.10

Celosía

Prueba no superada. Ayer sentí ganas de abrirme los pies con un sacacorchos. Podría decir que estuve a dos de hacerlo. Su forma espiral se resistió a penetrarme la piel. Casi. Mientras él, sereno, me decía que estos últimos meses le habían servido para probarme. Me confesaba su amor por Angélica, a quien alcanzará a mediados de año en un país europeo. Me decía la razón por la cual sólo hacíamos el amor una vez a la semana. Había dejado de desearme. Se estaba enamorando de alguien más. Me pregunto si eso es justo. Ser el conejillo de indias en el amor. Yo creo que no se vale. Para que un buen día el científico te diga que no superaste la prueba. Se necesita un corazón de mentiritas. Los celos son mi peor defecto. Pero, ¿cómo no sentirlos?, cuando el sujeto que es tu pareja te dice que sale con otras mujeres. Caray, antes de saberlo (eso, de que, cito, "ya se le antojaban otras chicas" y que, de cualquier modo, salía con otras dos) me sentía enferma. Quise clausurar mi imaginación. No mamar. El odio no tiene precio. Lo más paradójico es que haya sido su hermana, quien, con mucho cariño, me abrió los ojos. Gracias a ti, mujer. Pura gentileza para esta señorita por recordarme que merezco respeto y que ninguna persona puede venir a utilizarme, a ponerme pruebas. Que el amor es otra cosa. Soy necia. ¿Qué gané con seguir escuchándolo? Estoy aterrada. Debo idear un mecanismo que me haga recordar la mañana de hoy: 24 de enero de 2010. Y este blog puede servir. Él me puso a competir en desventaja. Mientras ellas no tenían que soportar su ánimo quejica. Yo pasé algunas noches ideando la manera de ponerlo contento. Ellas sólo recibían su cuerpo y algunas quejas ya digeridas. Insisto, fue desleal. Mientras ellas sabían de mí, yo no sabía de ellas. Es importante que nunca lo olvide. Por eso lo escribo, sin literatura, sin retórica ni eufemismos. Mientras mis fotos yacían en el cajón más escondido de la recámara, las de ellas compartían un espacio en su escritorio. Es curioso. Hoy debería ser el día más triste de mi vida. Pero no. Con terror y algo de alegría me descubro aliviada. Haberlo conocido me deja una enseñanza a posteriori: mil veces un contador o un abogado pero que me ame. A la lista de los músicos se suma la de los escritores. Están locos y yo ya tengo suficiente con mi poca cordura para aguantarlos. Me haría bien escuchar hablar al contador de sus cuentas, al abogado de sus leyes. Encontrar la sorpresa en sus ojos cuando le leyera un cuento. Que lo elogiara con desmesura. Le diría: No te preocupes, mi amor, para críticos ya son muchos los del mundillo literario tan voraz. Aunque si por ahí, algún dramaturgo se anima… Darle una grata bienvenida. Corrijo, aún tengo confianza en los poetas y los dramaturgos. En los narradores no. Aprendí la lección. Somos inseguros y aniñados. Entonces yo escribiría un libro de cuentos sobre la abogacía. No sé si uno entero acerca de la contabilidad, pero aunque sea dos relatitos. Podríamos ir al cine, a las tortillas y hasta la papelería sin intelectualizar el aroma de la masa o los implantes de la actriz. Algo más sencillo. A lo mejor tendría coche, o una motoneta. No me importaría viajar en los diablos de su bicicleta a Satélite si sonriera y sonriera y sonriera. Hace tanto que no me río intenso. La amargura se transmite por contagio. He contado a unos amigos un sueño algo inquietante: un bicho de proporciones desmedidas irrumpe frente a mí. Estoy en un cuarto de paredes lisas. Amenazante, el animal permanece inmóvil. Lo golpeo con una raqueta de tenis y estalla como una burbuja, sin dejar un rastro. Desaparece. Lo he soñado dos veces, justo en los días previos a mis rompimientos amorosos. Para mí era un mal augurio. Pero Arturo dice que quizá lo estoy malinterprentando. En su opinión es una oportunidad para limpiarme la ponzoña. Uf, justo a tiempo. Así las cosas, es hora de recuperarme, de parar la angustia. Es tiempo de usar mis ahorros en un viaje. Unas ganas venidas de no sé dónde me motivan a llorar mi pena con el cuerpo entero. Ya no pienso seguir huyendo del dolor. Porque luego la agarran a una de prueba. Acabará la beca y me quedará medio año para andar por el mundo a pie. Es probable que ya tenga la tesis. Pensaré en la maestría. Doctorado no. Desconfío de los escritores con doctorado. El destino: Sudamérica. Necesito salir. Conocer a chicos en una noche y aprenderme el olor de sus labios, para luego desaprenderlo. Enamorarme en el vagón de un tren y concretar la fantasía en un reflejo. Me contento con pasar una tarde en el pasto con algún ser que me cuente chistes, a quien le bese los ojos y el sol de sus mejillas me haga sentir la vida. ¿Ahorita? Ni loca. Añoro grata soledad. Después vendrán los días nuevos.

4 comentarios:

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

En efecto, el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño, y los dos tercios de nuestro amor. ¡Hay que guardarlo avaramente!
–Charles Baudelaire

Diana Gutiérrez dijo...

Mi querido Julian Iriarte:

La rabia es un zumo rosa. Colorea las venas y luego se evapora.
¿Y la comida?

Ana Lucía M.M. dijo...

En efecto, la comida no quita el hambre si no es la correcta. Y mientras el estómago esté lleno del licor, el agua no limpiará tu sangre, ni servirá más que para empachar más. ¡Hay que vomitarlo prolijamente!
-Lucía Malacara

Diana Gutiérrez dijo...

Que así sea, Ana. ¡Me funciona escribir! Gracias por el consejo.
Te mando besitos.