28.1.10

Portrait

Tu boca era delirante. El espacio más húmedo. Siempre palpitantes tus labios gruesos. Mis senos pequeños agobiados cuando usabas la lengua para acariciarlos. El frío inexplicable en la piel ensalivada de calor, un fresco provocado por la pieza circular de tu piercing. Cuando entraste a trabajar al periódico pensé que te lo quitarías, pero no. “Trato de no abrir mucho la boca al hablar”, dijiste. Lo que no te importó ocultar fue el mechón de cabello ligeramente más largo a la altura de la mejilla izquierda. Siempre rebelde. Eras mi semiosis ilimitada. Contigo todo era posible. Platicar durante cinco horas en el lobby de un hotel. Hacer el amor en las escaleras de un edificio solo en la madrugada. Comer pétalos de flor en un camión. Bueno, no todo. El cansancio, la presión laboral, la frustración, la vejez nunca fueron temas de nuestra conversación. Y qué bueno. Los problemas se resolvían con sonrisas, con gomitas de azúcar. Crecimos juntos. Nunca he sido partidaria de la nostalgia. Intento vivir mis días al día. Disfrutarlos. Me parece de muy mala educación estar y no estar. Pero hoy que sólo estoy conmigo, quiero dedicarte unas líneas de melancolía. Porque tú más que nadie se merece un lugar emérito en este blog. Fuiste mi primero en todo y, en verdad, lamento no habernos dado una segunda oportunidad. Ya ves, los humanos cometen errores. Luego las Dianis cometen más. Esta mañana, mientras acomodaba mi modesto librero, se cayó un libro, uno de Ibargüengoitia. Se deshojó un poco y entre las páginas apareciste tú. No era casualidad, te encantaba el guanajuatense. Tomé la foto con sorpresa. Tienes unos seis años. A tu lado hay un perro negro con el cuerpo echado sobre el pavimento café y la cabeza en alto marcial. Al fondo una celosía negra. No te pareces. Lo único que me hace recordarte es la sonrisa. Esa sí la conservas. ¿Por qué no me advertiste que la vida se iba a poner muy complicada? Cuando te conté lo del aborto tus ojos te lo reprocharon. Ya no tenía caso, era demasiado tarde. Terminamos nuestro noviazgo sin odio, sin la protección que garantiza la desconfianza. Y me lancé así, sin paracaídas. ¿No es absurdo reprocharte que me hayas tratado con amor? Es una paradoja. Ahora debes estar muy guapo. Tus sobrinos, en la primaria. Espero que las cosas con tu papá estén mejor. Los edredones que vendía tu mamá son de excelente calidad. Cada vez te quedan mejor las notas policiacas. Son hasta divertidas. La gente sale del papel a través de sus voces. No me sorprende. Tienes un oído privilegiado. Sabes escuchar. A estas alturas del camino, “en tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos, en tiempos egoístas y mezquinos, en tiempos donde siempre estamos solos” (Fito Paez, dixit) , me alegra saber que aunque no hemos hablado en mucho tiempo, somos amigos. Te quiero mucho, Dani.

1 comentario:

Ana Lucía M.M. dijo...

Oh... no estoy segura de si esto es real o una ficción, pero sentí la nostalgia.