12.9.09

Aprendizaje o el principio del placer*

A la entrada de la cocina, le grité que me gustaba y cerré la puerta. Me sentí como una tonta, como una niña que toma una galleta sin permiso y la deshace en la mano por el miedo de que la descubran en el acto. Pensé que Julien me descubriría en la silla con las piernas arremangadas entre los brazos, el vestido vencido y los muslos tensos. Me excité al imaginar que espiaba mi fantasía de ser la ninfa de Balthus, la adolescente de suéter verde y falda tableada que se peina en la cama. Pasamos una hora en silencio: él en su futón rojo (su cama japonesa, le dice), yo en la silla baja de mimbre junto a la alacena. Pensé que no me había oído y que sólo aguardaba el momento en que la niña saliera de la cocina con el almuerzo listo. Escudriñé los utensilios y, por momentos, olvidé cómo nombrarlos: escurridor negro, jarra de plástico azulado, cuchillo de pan con hoja aserrada, frutero de red. Luego arrastré mi asiento hasta la ventana; en la sala sonaba algo parecido a Hello Seahorse! ¿Sería posible? Me asomé a la calle y comencé a llorar de lo cerca que están siempre los peatones de morir atropellados: centímetros de distancia, milésimas de segundo. Julien tiene una década más de experiencia que yo. Estoy aterrorizada. Él lo sabe y me comprende. Lo supo horas antes de esto. Lo supo cuando me negué a darle la mano mientras caminábamos hacia el metro. Habíamos acordado que me acompañaría a firmar mi contrato con el FONCA. Llovía poco y dejamos que las gotas nos rociaran el cuerpo de humedad. Lo supo cuando al salir de aquellas oficinas en el Centro Histórico me atreví a darle la mano unos minutos para cruzar un par de calles. Entonces salió el sol; hacía días que no brillaba. He bajado un poco de peso. Creo que me cortaré el cabello en unos días. A Julien le gusta mi cabello y le digo que a mí también pero por temporadas. En mi vida anterior debo haber nacido en un lugar helado y húmedo. Mi piel y mi cabello son felices en estas condiciones, el calor los abruma. Podríamos haber pasado más tiempo en silencio, sin prisa. El éxito de las relaciones amorosas radica en el tiempo. Por eso hoy abundan los fracasos, la gente no quiere compartirlo con nadie. Es natural, los horarios laborales son asfixiantes y han fomentado la soledad. El común denominador de nuestros tiempos es la soledad. Lo singular es la pareja, la colectividad. Quiero ser peculiar. Por fin salí de la cocina con los ojos mojados y una granada partida a la mitad. Según Shakespeare, bajo el follaje de su árbol se ocultó Romeo para cantarle una serenata a Julieta. Nunca había experimentando un silencio tan hermoso. Le di a Julien su porción, quien pronto se sentó a desgranarla, tiñéndose los dedos de púrpura. Yo preferí morderla. Lo único que le dije antes de salir a comer en un mercadito cercano a su casa fue que tenía ganas de escribir un cuento que sucediera en la casa de una familia sordomuda. Nos abrazamos y le di la mano.

*El título de este post es el resultado de una mezcla arbitraria entre el nombre de un libro de la escritora brasileña Clarice Lispector y el de uno del mexicano, José Emilio Pacheco. Ambos altamente recomendables. Disculpen ustedes el atrevimiento.

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