21.9.09

No me quiero enamorar

Julien tiene un tatuaje en la ingle izquierda. Es un símbolo samurái. No tiene que desnudarse para mostrarlo; sí tiene que quitarse la ropa para enseñarlo completo. La tinta negra aún parece fresca en su piel. Hace un par de años, él y su mejor amiga fueron juntos a dibujárselo. Los siguieron otros más. Hoy, son seis o siete quienes lo portan. Es circular. Palomas y perros cancerberos hacen una danza eterna. Julien ha leído el Hagakure, yo nunca. Es el libro de los samuráis. Sí, hay manuales para serlo. Él no quiere ser uno de ellos, pero algunos códigos le parecen "relevantes", no "interesantes", tan sólo relevantes. Su interés surgió de una película. Es curioso, mis últimas parejas también se tatuaron a partir de algún libro, de alguna banda. Él lo hizo después de ver Ghost Dog, de Jim Jarmusch. Julien es exquisito. Coincidimos en nuestro gusto por el lenguaje. Siempre ha tenido novias con buena ortografía; yo también. Nos resulta sexy que el prospecto escriba correctamente. Una mala sintaxis podría minar nuestras ganas. Es una pedantería, lo sé, pero cuando son dos los partidarios, la necedad se vuelve un simple gusto. Julien me ha recomendado a Marie Darrieussecq (achis, en esto sí tuve que echar mano del google, vaya apellidito), una escritora francesa. Me prestará su novela, se llama Marranadas. Un tanto en la onda de Kafka, pues es una mujer que poco a poco se va convirtiendo en una cerda, pero luego otra vez es humana y luego otra vez animala. A ver qué tal. Me pidió Pieza única, de Milorad Pavic. No ha encontrado el libro en ningún lado. Le han dicho que está bueno. Yo le digo que sí.

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