28.9.09

Boy

El único rastro de cabello en su cráneo era una estrella mediana cuyo pico inferior se unía con deliberación al crecimiento caprichoso de la patilla derecha. Lo demás, rapado. Lo mismo se disfrazaba de general londinense que de barbero victoriano. No alcancé a oír su nombre, sólo su apellido: Viqueira. A la fecha no lo sé, su nombre. Cuando lo conocí me apuntó en la cabeza con una Sako Tikka fabricada en Finlandia. Con los días, nuestro trato se hizo más cordial. Una mañana, en el mensajero electrónico me pidió un favor: un mensaje por celular. ¿Cómo? Con una redacción apenada, comentó que no tenía saldo en su teléfono y que si yo podía enviarlo. Acepté. “Leonor, me quedé dormido, te veo a las 5 en el resto de los higos. Viqueira”. Mientras redactaba su petición, dos moscas volaban en mi habitación. “¿Es posible que dos moscas hayan entrado por la ventana? ¿Las moscas duermen?, ¿los moscos, no?”, intenté responderme. Tecleé el teléfono y casi de inmediato sonó el mío con la alarma de mensajes recibidos. Lo miré y era el mismo que había mandado. Pensé en una equivocación, un lapsus, uno de esos momentos raros en que todo se confunde. En la pantalla de la computadora brillaban en negro los dígitos de mi celular. Recordé aquella noche en casa de sus amigos. La invitación fue generalizada. Iríamos un par de actores y los entomólogos anfitriones de la cena. Pensé en no ir; no sé cocinar y él sería el chef. Supuse que no le agradaría tener una pinche tan inconsistente en sus conocimientos culinarios. En la cocina, nos besamos con intermitencia y pudor, más mía que de él. Como entrada, preparó una ensalada de espinacas con cebolla morada cristalizada y queso de cabra. El plato fuerte consistió en un pollo con especias: anís estrella, canela, cardamomo, miel, soya y pimienta. Lo mejor fue el postre: trocitos de zanahoria frita con crema de cajeta y helado de coco. Delicatessen. Entonces Leonor encarnó. Habló con las palabras derramándose de la boca. Ella es una investigadora y escritora que se dedicó a recopilar los textos primeros de un grupo de literatos gordos y elegantes, cuyo sueño era escribir sus cuentos en un lugar mítico como la Santa María, de Onetti, como la Yokanoséquémás, de Faulkner. “Ahora sabes que estaremos a las 5 en ese lugar, Diana. Podrías espiarnos”, tecleó en el mensajero. Hoy nos veremos en la noche. Tiene ensayo en CU y yo lo alcanzaré en la cafetería del CCU. Dijo que hizo la reservación a mi nombre: Leonor Enciso.

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